Decía Spengler que en las horas decisivas de una civilización un pelotón de soldados será su salvador.
Me parece, como tantas otras suyas, una afirmación problemática, pues no resiste la confrontación con los hechos. La historia, así, no deja de ser un paisaje de ruinas al que el valor, el heroísmo y también la santidad le prestan una gracia especial. Aunque esta no sea apreciada ante el tribunal de la historia, lo será sin duda en la Última e Inapelable instancia. Para Dios no hay ni héroes ni santos anónimos, según el lema de la Guerra civil.
En mi opinión, la predilección por lo castrense y su influencia en la acción historia, decisivos en el pensamiento de Spengler, no aclaran, antes enturbian, los aspectos trascendentales de todo cambio histórico. Este es siempre el resultado de la intervención de una minoría organizada. Y pocos grupos humanos tienen la simple y suprema eficacia de un pelotón de asalto.
Por eso tiene razón Raymondo Aron cuando en Les guerres en chaîne, de 1951, afirmaba que los 185 muertos de Trafalgar tal vez rindieron mayores servicios a su patria que los 800.000 muertos de la Gran Guerra.
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