viernes, 29 de julio de 2011

Símil

En Papel de símiles, una sátira política anónima impresa en 1670, se recoge una de las interrogaciones genéricas sobre la historia de España. 
¿Cómo no recordarla también ahora?

¿En qué se parece España a sí misma?
En nada.

Derrota, agotamiento, decadencia

He terminado la cala en el ya para mi familiar AGUN, Archivo General de la Universidad de Navarra. Anotados han quedado en mis papeles, con algún desorden y algún número irreconocible, las cajas de los archivos particulares de Calvo Serer y Pérez Embid que me interesan y que consultaré la semana que viene.

Federico Suárez (La crisis política del Antiguo régimen), José Mª García Escudero (De Cánovas a la República) y otros libros de los historiadores del grupo Arbor (los westfalianos) serán ahora lectura obligada. 

Empiezo por Derrota, agotamiento, decadencia en la España del siglo XVII, de Vicente Palacio Atard. Palacio Atard lamentó siempre la publicación de este libro en RIALP, supongo que por la etiqueta Opus que entonces le pusieron (¿quiénes? ¿y qué?) El capítulo que dedica a la "crisis espiritual" recuerda, con un punto de exceso, lo palmario: el hatajo de inútiles que rodeaban a un rey que ya no quería gobernar (aunque sobre el melancólico Felipe IV haya más de qué hablar).

Aquella camarilla de la que hacía figura de evadirse el Rey en su correspondencia con la monjita concepcionista de Ágreda "pone la carne de gallina en el ánimo de quien se acerca a contemplar la historia de España en sus momentos más graves. Hombres ineptos y además venales muchas veces, que sostienen toda una cohorte de ayudantes más ineptos todavía. Y entre ellos el destino de España se malogra". "Ambiciosos y venales".

Con estos cuidados inactuales en mente me llama Yolanda para decirme que ,por fin, se convocan elecciones generales en España.

martes, 26 de julio de 2011

De Cajal a Calvo Serer

Del palacio de Sada, casa natal de Fernando de Aragón, en Sos del Rey católico, me llevé como recuerdo una edición de El mundo visto a los ochenta años, del arterioesclerótico, según su propio verbo, Ramón y Cajal. Su actualidad (problema catalán) se impone  y aún trasciende del estilo literario de un hombre de la restauración que escribía "mónita", criticaba con desenvoltura el pesimismo de Spengler y conocía y apreciaba el Genio de España de Giménez Caballero. Los tónicos de la voluntad me inflamó el espíritu un verano caliginoso y eso no se olvida.
* * *
Casi al mismo tiempo, mientras un tiempo otoñal suspende nuestra proyectada excursión a San Juan de la Peña y al castillo de Loarre y me hace añorar las solaneras murcianas, he leído Rafael Calvo Serer y el grupo Arbor, de Onésimo Díaz Hernández, publicado en 2008. Se ve que Calvo, como seguramente le llamaría Franco, aficionado también a los apellidos, como el General Primo de Rivera, no estuvo en el sitio adecuado para ejecutar su política de cultura desde arriba. José María Albareda, un científico íntegro y de moralidad intachable, secretario del CSIC, frenó con discreta mano izquierda la politización de Arbor y del Departamento de Culturas modernas que obsesionaba a Calvo Serer y que a él no le debieron parecer oportunas. El libro de Díaz Hernández, en la estela de otras historias culturales del franquismo (Gonzalo Redondo, Álvaro Ferrary), cuando menos por el tratamiento de las fuentes y el trabajo en el Archivo General de la Universidad de Navarra, es una obra de mérito.