Hitler, el hombre más progresista del siglo XX, era un visionario y un adelantado a su tiempo. Esa es la impresión que dejan las páginas de Hermann Rauschning, "antiguo jefe del Partido Nacional Socialista del Gobierno de Dantzig", según la presentación de su libro Hitler me dijo... Confidencias del Führer sobre sus planes de dominio del mundo (Atlas, Madrid 1946).
Desordenado e indolente, no podía terminar un libro, incapaz de una lectura continuada. Aún así llegó a formar una biblioteca importante. Ahí está La biblioteca del Gran dictador, aproximación de Timothy W. Ryback a las lecturas de Hitler. Claro que fijada únicamente a partir de los 1200 libros ocupados por los norteamericanos y depositados en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. ¿Qué esperarían encontrar en ellos? Sólo la ingenuidad histórica del pueblo joven, que diría Hegel, explica que se pueda librar una guerra mundial para llevarse como botín las novelas completas de Karl May.
Rauschning ya lo adelantó en 1939: al cabo austriaco se pirraba por los libros de hermosa edición y las ricas encuadernaciones. Con todo, "lo que más lee son historias de cow-boys y novelas policíacas; pero en el cajón de su mesa de noche hay también revistas ilustradas pornográficas".
Cruel, vindicativo y sentimental. Así define Rauschning la caracteriología del caudillo alemán. "Quería a sus canarios y lloraba si se le moría alguno". Era adicto a las golosinas y a las cremas batidas, que sorbía con vehemencia.
A Hitler le gustaban los coches, amaba los perror y odiaba a los fumadores. ¿Quién negará el triunfo postmodernos de sus aficiones?
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