En un folleto publicitario del Archivo Histórico de la Universidad de Murcia se detallan los papeles de la inst:itución, haciéndose de ellos publicidad científica. Siguiendo una costumbre que nunca tuvo justificación se recuerda el nombre de dos luminarias de la minerva murciana: el del catedrático de Derecho político, Enrique Tierno Galván (ETG), y el del catedrático de Derecho penal, Mariano Ruiz Funes (MRF). Nadie mejor que ellos para hermosear el Estudio General murciano.
No creo que sea casual su emparejamiento, pues además de ser iconos de la izquierda leída, algo tienen, en efecto, en común. No es la altura académica o científica que por aquí se les atribuye, sino el mal carácter de ambos.
De ETG se ha escrito mucho, aplicando al personaje altas dosis de mala leche, que tampoco me parecen de recibo. Esas aguas no pueden mover ya ningún molino. De MRF, al que le han fabricado una Fundación, bastará con recordar, como me decía hace poco JBL, uno de los esforzados traductores del Digesto a la lengua española, que le hizo en Murcia la vida imposible al abogado del Estado Federico Salmón Amorín, Profesor Auxiliar de Derecho administrativo y organizador de la ACNdP en la provincia del sureste, Ministro de Trabajo y Previsión social y asesinado por el Frente Popular en Madrid en noviembre de 1936.
De ETG se ha escrito mucho, aplicando al personaje altas dosis de mala leche, que tampoco me parecen de recibo. Esas aguas no pueden mover ya ningún molino. De MRF, al que le han fabricado una Fundación, bastará con recordar, como me decía hace poco JBL, uno de los esforzados traductores del Digesto a la lengua española, que le hizo en Murcia la vida imposible al abogado del Estado Federico Salmón Amorín, Profesor Auxiliar de Derecho administrativo y organizador de la ACNdP en la provincia del sureste, Ministro de Trabajo y Previsión social y asesinado por el Frente Popular en Madrid en noviembre de 1936.
En otro plano, el de la vida consagrada a la Universidad, está Rodrgio Fernández-Carvajal (RF-C), el maestro más grande de los que han profesado en Murcia desde la fundación de la Unviersidad en 1915. Su vocación, su finura intelectual y su bonhomía no cotizan para los políticos universitarios. Ni tiene fundación ni se van a editar sus obras completas, pero fue el primer catedrático de la Facultad de Derecho que decidió quedarse en Murcia a cumplir con su programa: "Que una generación de catedráticos jóvenes se entierre en provincias para darle tono a esas universidades". Así lo decía en sus artículos de la revista Alférez.
Me ha venido a la cabeza la figura de Don Rodrigo al releer, todavía no sé por qué razón, el capítulo primero de La fea burguesía, de ME, corredor de comercio y escritor modesto para públicos resabiados.
Recuerdo como si fuese ahora mismo cómo aparqué mis apuntes (solía estudiar yo en la Marqués de Valdecilla, a 5 minutos de mi casa de entonces, San Bernardo 89 y no muy lejos de la calle de la Luna, que le da nombre a la novela de KMM) y me fui a comprar el libro, anunciado en algún suplemento cultural (viernes o sábado sería), a la Librería Fuentetaja.
Qué impresión me causaron aquellas páginas. Lo que me impresiona hoy, en cambio, es que entonces tenía un estómogo a prueba de bombas y podía leer cualquier cosa. Le debo a ME, a qué negarlo, buenos ratos ya olvidados y el descubrimiento de uno de los nombres clave del pensamiento político-jurídico español del siglo pasado: Javier Conde, cátedro de Político.
Me ha venido a la cabeza la figura de Don Rodrigo al releer, todavía no sé por qué razón, el capítulo primero de La fea burguesía, de ME, corredor de comercio y escritor modesto para públicos resabiados.
Recuerdo como si fuese ahora mismo cómo aparqué mis apuntes (solía estudiar yo en la Marqués de Valdecilla, a 5 minutos de mi casa de entonces, San Bernardo 89 y no muy lejos de la calle de la Luna, que le da nombre a la novela de KMM) y me fui a comprar el libro, anunciado en algún suplemento cultural (viernes o sábado sería), a la Librería Fuentetaja.
Qué impresión me causaron aquellas páginas. Lo que me impresiona hoy, en cambio, es que entonces tenía un estómogo a prueba de bombas y podía leer cualquier cosa. Le debo a ME, a qué negarlo, buenos ratos ya olvidados y el descubrimiento de uno de los nombres clave del pensamiento político-jurídico español del siglo pasado: Javier Conde, cátedro de Político.
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