martes, 25 de abril de 2017

Lo flúido

El mundo líquido de Zymunt Baumann es una banalidad superior, una evidencia para un mundo ávido no obstante de novedades. Se repite hoy como lugar común de una guía de buen conversador. 

El periodista alemán probado por el siglo XX, Friedrich Sieburg, en un libro extraordinario, Es werde Deutschland (1933), se da cuenta de que todo ha parado ya entonces en el "estado líquido; nada hay duradero salvo la conciencia de lo flúido". Lo flúido es, si cabe, la repristinación de lo líquido. Habla así quien tiene, como su pueblo, una hiperconciencia del tiempo: "La definición del absolutismo de nuestra concepción del tiempo alcanza el corazón del problema alemán". Esta es otra forma de referirse a la nación como sujeto político transformada en objeto de la política. 

De las páginas de Sieburg trasciende el desarraigo telúrico alemán, curiosamente un pueblo de geógrafos. Combate Carl Schmitt la hiperconciencia del tiempo de sus compatriotas, a la sombra del universalismo, del comercio mundial y de los océnaos. Raum, tan parecido a Roma, es el conjuro.

La sintonía de CS con FS es plena: constituye un error aceptar la deriva en el tiempo y presentarla como una conquista moral. Supongo que Schmitt suscribiría el programa telúrico de Sieburg: que Alemania alcance otra vez tierra firme y viva arraiga en la durée. En una ocasión le menciona en sus diarios de los primeros años treinta: "Jueves, 26.2.31. [...] ceno a solas con Clauß en un ambigú, después conferencia de Sieburg sobre los límites del entendimiento con Francia; mala pero ingeniosa".

lunes, 24 de abril de 2017

Inris (I)

Acudo al dentista muy temprano. Cuando llego está cerrado todavía. La consulta está en una calle muy transitada cuyo nombre no lo ha alcanzado aún la Ley de la Memoria Histórica y Cateta. En la calle de José Antonio imposible aparcar. Por eso lo hago detrás, callejeando, en un sitio inhóspito llamado calle de Levante, delante de una casucha que se diría abandonada. Del número no me acuerdo. Lo que sí recuerdo, aunque son las nueve y veinte de la mañana, es el mal fario del protagonista de After Hours, de Martin Scorsese. Encima, he confundido la fecha. Me espera el 25, no hoy.

Del inmueble, como relataría una pericia judicial, entran y salen unos ninis, muy jóvenes, como su propio nombre indica. La puerta del inmueble no tiene cerradura. Tocan la puerta y entran. Se abre la puerta y salen ahora con una bicicleta que es a las bicicletas de verdad como un Frankenstein a una virgencica románica. Uno de ellos se escama al verme allí, sentado en mi coche, leyendo y tomando notas. 

El quídam da unos pasos, como alejándose, pero retuerce el cuello y mira la matrícula de mi KIA. A mí nunca se me ocurriría ese gesto inquisitivo. ¿Qué le puede decir la matrícula de un coche a un anónimo transeúnte? Habla solo. Lo deduzco porque tiene al lado a una chica de entre veinte y cincuenta años -imposible precisar más-, que mira para otro sitio, abstraída, fumando, como una mujer de Solana.

Tengo con él unas palabras -mi ventanilla está abierta, craso error-. Pongo mi mejor sonrisa. Por cálculo utilitario no conviene mentir a curas ni a cirujanos. Añado yo que tampoco a un ejemplar humano como este rastacueros: así lo dicta el gen egoísta. Le explico que leo tranquilamente -no oso decirle que en realidad estoy releyendo, por si se lo tomara mal- el segundo corolario de El concepto de lo político: Sobre la relación entre los conceptos de guerra y enemigo (1938) y se queda tan conforme. Mira como un cazador.

Mi traducción de Der Begriff des Politischen, la de Alianza del 91, es espantosa, una españolada, una ofensa a la buena educación. Si no se ha confesado, el editor-traductor, un constitucionalista, está en pecado mortal. Reeditada después varias veces, no creo que los de la editorial le hayan bajado siquiera una de las mayúsculas espolvoreadas por el texto. No menos de trescientas erratas en un librito de páginas ciento cincuenta y tres es mucho desprecio de la ortografía y de la acribia. Muy parecida en su incuria a esta es la edición de las Respuestas en Núremberg, de Escolar y Mayo, que tiene un epílogo en el que no se escriben bien, ni una sola vez, el nombre del pueblo de Carl Schmitt, Plettenberg, y el del fullero interrogador de Schmitt, Kempner. Plettenberg es Plattenberg y Kempner es Klempner. Esa ele en medio parece puesta adrede. El San Casciano del Sarre es "San Cacciano", pero esto ya no importa.

El inri de esa errada edición está en la estupefaciente nota de la página 134. En un descuido -otro más que sumar a los trescientos citados-, el traductor advierte que Carl Schmitt se ha equivocado al transliterar al alemán una expresión del sánscrito: "a-mithra". "Error de transcripción. La grafía correcta es a-mitra". Es su point d'honneur en la debacle.

miércoles, 19 de abril de 2017

Schmittiana (n)

Los españoles que escriben libros y tesis sobre Carl Schmitt desde hace casi setenta años integran ya una buena falange. Unos son rentistas y sus canas se respetan. Otros, tal vez demasiados y demasiado acuciados por su carrerita, sanno ma non capiscono niente. La mayoría escriben sus Anti-maquiavelitos quinientos años después, pero ninguno tiene la clase de aquel Maquiavelo degollado. Se puede antimaquiavelar en nombre de la soberanía de Dios y sus vicarios temporales, reyes o emperadores, pero no de los derechos humanos y la democracia universal. Como Schmitt, aprecio mucho el libro de José Caamaño, jurista hurañísimo que lo escribe y desaparece. También el del Nomos y lo político y, tal vez por el desembarazo del autor, el de Contrarrevolución o resistencia.

* * *

Gracias a MM, factótum de los Carl Schmitt Studien, en viaje de estudios por Düsseldorf, Duisburg y Frankfurt, acabo de videoconferenciar con GM. De él tomo al vuelo lecciones de un minuto en nuestras conferencias telefónicas, una o dos al mes. También hoy, seguramente sin pretenderlo, me ha ilustrado.

GM es maître de coeur. Eso tiene que explicar el séquito de españoles de los dos hemisferios que con tanta atención le escuchamos y nos contamos su vida. Ahora han sido sus propósitos sobre el libro de un compatriota que le he girado no hace mucho, pero la última vez fue una noticia sobre el joven Maschke-énigmatique y la conversación sobre nuestro amigo común a quien dirige, admirado como yo por su grafomanía y su biblioteca de doscientos mil volúmenes, un dardo del carcaj de Unamuno: "¡Que escriba él!". No nos vemos desde lo de Uberlândia y desde entonces él ha pasado mucho, pero no pierde el ánimo.

Estoy leyendo su "Carl Schmitt abstraído y la ocupación de Renania", un petit chef d'oeuvre. Por el camino curioseo en el tomo que lo recoge, Der Tod des Carl Schmitt, reeditado ampliado y revisado en 2012, a booklet about short articles about a great author. La literatura sobre la recepción de Carl Schmitt en España es cuantitativamente importante: desde el José María Beneyto de 1983 al Miguel Saralegui de 2016 -un libro rebajado en la jerarquía de la inteligencia por el elogio ridículo de uno de los suplementos culturales orgánicos del país: "Las amistades franquistas de Carl Schmitt"-. 

Casi todo lo que se publica aquí parece lleno de lugares comunes y de observaciones que pasan directamente de las papeletas a las prensas. El maniqueísmo y la damnatio memoriae son incompatibles no ya con el rigor, sino con la piedad que se necesita para escribir sobre alguien, quienquiera que sea. Les envidio a todos por su falta de escrúpulos y por su decisionismo. Para mí la escritura es una tortura de la espalda y del espíritu. Tal vez porque tengo la certeza de que cada línea puede ser la última de las pobres mías y que en ella me estoy jugando la salvación. Y porque recuerdo con frecuencia aquella pregunta de Menéndez Pidal, ya muy enfermo, a Marías: "¿Julián, usted cree que veré a los juglares?".  

Pocos atinan. La verdad es que ni aciertan ni se equivocan, que es todavía peor, pues parece que se podría decir una cosa y la contraria. Esta atmósfera asfixiante de prejuicios explica la parca repercusión en España de la muerte de CS. En la tierra de la más significativa interpretación de las doctrinas schmittianas -integradas en planes de estudios y en temarios de oposiciones-, apenas unas notas de prensa, muy poca cosa si se compara con la desbordante reacción italiana.

La presencia de Schmitt en España, hispanizada su estirpe renano-moselana en Santiago de Compostela, tiene una explicación diáfana. GM la apunta como de pasada, inocente en la forma tal vez, pero consciente de que cuestiona radicalmente buena parte de la bibliografía española sobre el Mito-Carl Schmitt, a la que le pega un viaje mortal de necesidad. También a él le gusta tirar de la manta. 

Los juristas y escritores políticos españoles del tercio medio del siglo XX han comprendido. Más allá de las tendencias políticas y las posiciones ideológicas, algo puramente fáctico y accidental, el espíritu schmittiano es congenial del español. ¿Cómo no le va a entender, como nadie en Europa, una generación que ha mantenido vivo y operante el recuerdo del imperio y que tiene la experiencia de la guerra civil? 

miércoles, 12 de abril de 2017

Cerezas del año 12

Reviso los billetes de un amigo para poder contar su breve encuentro con Carl Schmitt, después prolongado en lecturas y meditaciones, una primavera de hace ahora cincuenta y cinco años justos. Catedrático jubilado, vanguardia de la iglesia discente que viaja de vez en cuando al Rif para bautizar moros, me apunta noticias que merecen, siquiera, ser reproducidas en un dietario. Dejo para otra ocasión la imagen del arzobispo vicario general castrense, fray José López Ortiz, fumando "chesterfields en cadena".

"Conozco", me dice en septiembre de 2012, "[las] maravillas de Miguel d'Ors. Sabrás que como poeta es Premio Nacional de la Crítica por su Curso superior de ignorancia (Ediciones de la Universidad de Murcia 1987). Te daré un ejemplar aunque lo tuvieres. Al igual que tú en la huerta, ninguneado por la malísima sombra granadina. La murciana tampoco es manca [...] Mis notas quizá logren te dignes redactar una nota necrológica de tu viejo amigo y, desde luego, admirador. Soy consciente del paulatino y muy creciente enmerduscamiento de las universidades, donde los sempiternos odios, envidias y conspiraciones del silencio quizá emerjan [ahora] con más vigor. A mí me ha ido francamente bien, entre otras razones por no importarme nada los dimes, diretes y, casi nada, la malísima leche reinante a medias con la ignorancia. Satis".

Amén. Si puedo añadir algo es que, en efecto, pocos días después recibo los poemas premiados. Al ver en exordio de mi introducción a Julien Freund unos versos suyos de Chronica, supongo que tengo ya con Md'O una familiaridad de veinte años. Caray. 


Inefables manzanas

Las manzanas dorsianas que yo robo son de segunda mano. Las recojo por el camino y las voy guardando entre las virutas y el serrín de alguna nota a pie de página.

Ahora mismo estoy adobando una que le distraigo a Jean Giono. Su deliciosa visita al solitario de San Casciano, "El señor Maquiavelo o el corazón humano desvelado", fallida introducción a las obras completas en La Pléiade, explica mejor al florentino que varias bibliotecas de tediosa literatura secundaria escrita por profesores.

Don Nicolás "tira de la manta": [Machiavel] vend la mèche de l'humanité tout entière. El príncipe lo mismo podría llamarse El tendero, pues se ocupa del amor y del odio, de las perfidias y los abusos de la humanidad entera, una legión de príncipes que puebla la tierra, unos ejercientes y otros en potencia. 

Después, y este fogonazo lo cambiaría yo por mi En la cabellera del cometa, se encara con Hobbes.

Maquiavelo, dice Giono, pertenece a la "civilización del aceite"; tal vez por eso los olivos nos saludan en su obra. En la Historia de Florencia (libro sexto, capítulo trigésimo cuarto) se detiene para describir los efectos del huracán que arrasa los pagos de Piombino el 24 de abril de 1456, admirado como un niño por la fuerza de la naturaleza, que aviva en el corazón del hombre el recuerdo de la potencia de Dios.

Maquiavelo, como Cervantes en el Quijote, escribe admirablemente sobre las noches. Aquí y allá se escucha el bullicio de las calles y se contempla desde la logia el tráfago de los comerciantes. Nadie como él conoce el influjo de las estaciones sobre la política. Hay en su obra "el rumor marino del viento en el follaje de la estrecha franja de tierra que separa el Tirreno del Adriático".  Advertido en su lectura, Giono tiene autoridad para prevenirnos contra Hobbes: ¿cómo puede un hombre escribir sobre el alma humana sin mentar una sola vez la lluvia?