jueves, 29 de marzo de 2012

Ceno y desayuno con Don Diego

Subido a hombros de Saavedra Fajardo y con el pen-drive cargado de los mejores emblemas de sus Empresas políticas intervine en la sesión sabatina de un curso para la formación de líderes locales. Aunque siempre tengo un ojo encima de todo lo saavedriano, repasar las empresas del príncipe cristiano, las soberbias Fama nocet, Subir o bajar y tantas otras, me ha valido el delicioso convite de volver a las páginas que Don Diego, en su gran obra publicada por primera vez en 1640, dirige "Al lector".

Ni una coma le sobra al extraordinario envío que así arranca:

En la trabajosa ociosidad de mis continuos viajes por Alemania y por otras provincias pensé en esas cien Empresas, que forman la Idea de un Príncipe Político-Cristiano, escribiendo en las posadas lo que había discurrido entre mi por el camino.

Más de treinta años al servicio de la monarquía. Nápoles, Roma, Suiza, Mónaco de Baviera, Franco-condado de Borgoña y, al fin, Münster, en donde se agotaron, frisando ya en los sesenta años, sus últimas esperanzas en una pacificación del Imperio que salvara del desastre a la monarquía española. En esa circunstancia, por otro lado tan adecuada para los lances literarios, le recordaba José María de Areilza en un artículo que publicó en el ABC del 2 de septiembre de 1969: "Europa loca". La segunda oportunidad concedida a ese pasaje se puede encontrar también en Cien artículos, una antología en las Ediciones de la Revista de Occidente (1971). Lo apunto porque esa evocación de las amenidades del viejo Saavedra, como la de Rodrigo Fernández-Cavajal en otra ocasión, resulta un juguete muy grato.

Saavedra, bien conocido por los europeos cultos de su tiempo, debió llamar la atención de sus interlocutores, los otros negociadores de la paz de Westfalia: franceses, holandeses, suecos, bávaros. Sabiéndose derrotado antes de empezar la partida, en la que fue cuestionada incluso la validez de su plenipotencia, se entretuvo redactando la Corona gótica, un alegato a favor de la remota comunidad de intereses entre el Rey de las Españas, depositario de la herencia de los godos, y la realeza sueca, que Saavedra emparenta con los germanos romanizados que invadieron Hispania y establecieron su capital en Toledo.

También en Corona gótica se descubre el más personal designio del probo funcionario de la corona, nunca premiado con arreglo a sus méritos. ¿O pasaremos por alto que destacando tantos por muy parcos servicios, el severo diplomático únicamente recibirá el hábito de Santiago y un sillón en el Consejo de Indias? Con esas patentes y algún que otro tósigo para colocar a su sobrino esperó los ultrajes de la muerte en el retiro de su celda conventual de los Agustinos Recoletos.

Nada angustiaba más a Saavedra Fajardo que la malversación de sus noticias sobre la condición humana en general y la política en particular, atesoradas en sus expuestos viajes por Europa. Por eso confiesa que "no querría que se perdiesen conmigo las experiencias adquiridas en treinta y cuatro años".

Liderazgo

Tal vez porque el sábado pasado me invitaron a dar una lección en un curso sobre "liderazgo social", con defectos tal vez, pero sin las nocivas ínfulas académicas de otros programas de estudios, he necesitado rumiar esta atinada observación de Carl Schmitt:

Sólo un indeciso puede elaborar una teoría del decisionismo. Por idéntica razón, el típico decisionista está incapacitado para desarrolar una filosofía, una teología o una teoría del decisionismo.

Una conferencia sobre jefaturas y caudillajes políticos: ¿acaso se le debe pedir más a quien fuera de su casa no desea ni ambiciona guiar otra cosa que el coche propio?

martes, 27 de marzo de 2012

55/56 (una puntualización al hijo de NPS)

Don Nicolás Pérez Serrano, nacido en 1890 y fallecido en 1961, fue el primero de los dos catedráticos que la ciudad de Ceuta ha dado a la universidad española. El segundo, curiosamente también de Político, es Manuel Ramírez, recientemente apeado del escalafón por cumplir la edad reglamentaria de 70 años.

En 2006, en el Diccionario crítico de juristas (t. II, vol. 1º), dirigido por Manuel J. Peláez, apareció la voz "Pérez Serrano, Nicolás", redactada por mi. Me aparté en ella adrede de la leyenda del constitucionalista liberal, fiel a la II República y que vivió resignado, en el exilio interior, bajo la Dictadura de Franco. Esa impresión constituye la fijación de unas páginas publicadas por Pérez-Serrano Jáuregui en el Juristas Universales, dirigido por el dorsiano Rafael Domingo para la editorial Marcial Pons en 2004. No muy diferente es la leyenda que trasmina de otro estudio de Don Nicolás hijo ("Nicolás Pérez Serrano 1890/1961. Semblanza y datos biográficos") recogido en la revista de la UNED Teoría y Realidad Constitucional (nº 18).

Lo que escribe el hijo tiene, desde luego algún interés, particularmente lo relativo a la situación de Don Nicolás en la Junta del Colegio de Abogados de Madrid entre 1937 y 1939. Aunque en realidad lo que trae a las páginas de la revista son las impresiones de García Venero.

Para mí, lo he apuntado en donde he podido hacerlo, NPS es el capitán de la protoescuela española del Derecho constitucional. Pero fue además un jurista completo, versado en el Derecho privado. Son justamente famosas sus actuaciones en el foro, recogidas algunas de ellas en los dos tomos de Dictámenes (t. I, Derecho civil; t. II, Derecho mercantil) publicados por Dossat en 1965.

Después de la guerra, depurado como tantos, siguió fiel al espíritu del facultativo del derecho, del jurista de Estado, formado en la neutralidad de la iuspublicística estatal y consciente de que todo derecho es derecho de situación, promulgado por quien tiene autoridad. Me parece que la opinión de mi colega de Santiago, CRM, va también por aquí. Y él también ha escrito algo sobre el fino constitucionalista de la Universidad Central.

Ayer, en las despedidas, me quedé en la puerta del cottage de NPS. Conversé con él sobre sus gustos literarios (los escritores levantinos: Gabriel Miró, Azorín) y sobre sus posiciones políticas (liberal, conservador, "reaccionario" como todo buen jurista, adversario de la libertad "suicida" y partidario de las "dictaduras" configuradoras). También sobre su preocupación por los géneros literarios: desde la "setencia" de los jueces y sus propios "dictámenes" forenses a las "virutas de taller" que son sus apuntes incoativos de diversos temas y que publicó, como en bandadas de vilanos, distribuidos en dos libros deliciosos: las Humoradas y los Vilanos forenses.

Pero irrumpió en el lugar ameno de nuestro diálogo el inesperado traspiés de Pérez-Serrano Jáuregui en su artículo de Teoría y Realidad Constitucional. Afirma que la Revista de Derecho Público, inspirada y dirigida por su padre, por su "Sr. padre", como escribe el menor de sus vástagos, prestigioso cutlivador del Derecho parlamentario, alcanzó 54 números, ni uno más. Se sorprende por ello que en su segunda etapa, ya en los años 70, la Revista de Derecho Público arrancara con el número 57. Pérez-Serrano Jáuregui, siguiendo tal vez el criterio de mi antiguo amigo GGK, recalca que la revista de su padre se extinguió al publicarse el número de junio de 1936. No existe, dice, el número 55/56, de julio y agosto de 1936.

El ejemplar será raro y tal vez por eso no estará en la colecciones del Congreso y otras Bibliotecas universitarias. No está, desde luego, en la suya. Pero en el tomo encuadernado que poseo con los años 35 y 36 (pp. 201-238) y que ahora, con gran satisfacción (me costó, incluidos los años 32 y 33, sólo docemil pesetas), hojeo y repaso, sí que está.

lunes, 26 de marzo de 2012

La falsa paradoja del examen

Decía Pérez Serrano, dueño de una prosa ática, orden dórico -pues jónico era el de Fernández de la Mora y más bien corintio el orteguiano-, que "el examen es un acto contrario a la naturaleza". La demostración no parece difícil, pues lo natural es que quien no sabe una cosa la pregunte a quien la sepa, pero cuando de exámenes se trata es quien sabe una cosa el que la pregunta al inesciente. Visto así, no se me ocurre quién podrá salvar la denostada institución académica, por mucho que lo que ahora se llaman pruebas de competencia no se parezcan en nada a la temible "prueba sorbónica", trance interrogatorio en la universidad de París que nunca duraba menos de 10 horas.

Antes de rendirme a lo que parece tan evidente llega en mi auxlio, como en otros lances homólogos, Álvaro d'Ors. Su argumento es ya definitivo. No sólo porque en la práctica el examen viene a ser como "el tapón que impide que se pierda el preciado licor de la docencia". Todavía más sencillo. Se trata de un escolio de la teoría dorsiana de la auctoritas: el profesor pregunta porque puede, tiene potestas. Y esta potestad la tiene no por se funcionario o porque le proteja o, en su caso, le desampare el Código penal, sino porque antes, durante el curso, ha sabido dar respuestas: el profesor responde porque sabe, porque, en suma, tiene auctoritas.

NPS apunta lo esencial

Salgo de la abigarrada cacharrería que es todo tratado de sociología enciclopédico. Así se escribían todavía en Francia en la década de 1930. Aunque tengan buena factura, como le sucede al Traité de sociologie en dos tomos de Gaston Bouthoul, se agradece la colección de noticias y curiosidades, alivio del lector abrumado con los nombres, dignidades y obras de unos personajes del intersiglo que parecen no ya lejanos, sino remotos. Pero no es suficiente: salgo por unas horas de la pagoda de la sociología analítica y me voy estirar las piernas y expansionarme.

Entro por casualidad en la confortable simplicidad de un cottage, invitado por Don Nicolás Pérez Serrano, "El abominable hombre de las nueve" de los anales de mi universidad. Releo sus Humoradas, doloras y greguerías jurídicas (1958), páginas que tienen su culminación, por lo que tal vez contaré mañana, en Vilanos jurídicos (1962).

En una de las glosas, que Don Nicolás llamó "vilanos", apunta los esencial sobre la II República. Lo explicó con detalles y técnica constitucional en su famoso ensayo de 1932 sobre la consitución del año anterior. Para quien no tenga tiempo ni acceso a esa prueba de cargo contra el régimen de convención del 31, le recomiendo el alciónico vilano, exquisitamente disecado, de la página 71 de las Humoradas:

La "Niña"
Nació bella de aspecto y pletórica de promesas: todo recién nacido constituye un lindo ramillete de esperanzas. ¿Qué de extraño tiene que despertara simpatías? Su misma inocencia era incentivo para el respeto y el cariño. Pero apenas empezó a crecer pudo advertirse que sus facciones cambiaban, y no ciertamente para mejorar; sobre todo, hubo de notarse que su carácter era hosco, desapacible y agreviso. Lejos de necesitar protección (y se la brindó, liberal, la Ley de Defensa al efecto votada), había que defenderse contra ella. Y cuando se vio cómo la criatura sacaba los ojos a los pájaros, torturaba a los gatos y apedreaba a los transeúntes, se cayó tardíamente en la cuenta: sus malos instintos, pronto revelados, ponían de manifiesto que no era hija de un matrimonio de amor, sino producto de triste ayuntamiento entre el despecho republicano y la envidia marxista.

En una hsitoria enciclopédica de España en la que la veracidad no quedara suspendida por la ambición de quedar bien ante nosostros mismos, este párrafo encajaría perfectamente bajo la voz "Constitución de la II República".

P. S. Supongo que para la de "Guerra civil" buscaría algo con olor pólvora y tomillo en el macuto de García Serrano.


lunes, 19 de marzo de 2012

Los peligros del discurso

Quien escribe se proscribe. He aquí otra regla de la prudencia política, en este caso consejo de consejeros, más que de príncipes.

Quienes escriben con olímpica superioridad sobre los errores y la inmoralidad de los colaboracionistas son unos miserables que viven de explotar la culpa de los otros.

El maestro Han Fei, que caminó por la vía del dolor en el siglo III antes de Cristo, conocía los "peligros del discurso", capítulo tercero del libro I de El Tao del Príncipe, título de la traducción francesa (El arte de la gobernación en la alemana, y el El arte de la política en la española, en donde al correlindes de Han Fei le presentan como un anacrónico defensor del imperio de la ley y el Estado de derecho).

El avisado Han Fei, que sabía que ni el más sabio de los príncipes se deja aconsejar francamente, tenía noticias de un marqués de Yi, que fue asado; del consejero Kouei, salado y puesto a secar; del noble Pi-kan, a quien le arrancaron el corazón; y del desventurado Mei Po, marinado en salmuera.

Qué parco provecho sacó Han Fei de sus meditaciones. Enviado por un príncipe de la dinastía Han a parlamentar con su enemigo, un príncipe del reino rival de Ts'in, admirador este último de su obra, fue denunciado por agente doble. Encarcelado, fue obligado a suicidarse.

El historiador de los Han, al escribir la biografía de Han Fei se sorprende de que el autor de los advertidos pasajes de "Peligros del discurso" no hubiese sido capaz de ponerse a salvo en la tribulación. Curiosamente, tampoco sirvieron de mucho sus lecturas al historiador de marras, Se-ma Ts'ien, condenado por su emperador a la pena de castración por su vibrante alegato a favor de un general vencido y pasado al enemigo

La biografía, género político

No conozco biografía más pulcra y concisa que la redactada en la lápida del enterramiento de Don Jerónimo de Roda. En lo que dice (relaciones familiares, servicios a la Corona en Flandes, vida Universitaria en Salamanca) y en lo que no cuenta ("furia española", sacco de Amberes) se reconoce al turbulento y arrogante político murciano.

Me he acordado del De Roda al leer en la contraportada de El hombre, animal político, de Francisco Javier Conde, mi biografía política apocopada del jurista nacido en Burgos. Le deben sobrar, no obstante, la mitad de caracteres para acercarse a su modelo:

Francisco Javier Conde (Burgos 1908 - Bonn 1975), discípulo y traductor de Hermann Heller y Carl Schmitt, catedrático de Derecho político, Director del Instituto de Estudios Políticos y Embajador de España, ha sido uno de los grandes juristas de Estado europeos del siglo XX. Una parte sustancial de su obra jurídico-política ha sabido encuadrar conceptualmente la II República, la Guerra civil y la primera década de la dictadura de Franco recurriendo a las categorías de sus maestros alemanes. Francisco Javier Conde, que provenía de la izquierda, como otros intelectuales coetáneos (los juristas del 27), se convirtió, sobre todo a partir de 1942, en el capitán de la Escuela española de Derecho político (1935-1969), grupo intelectual llamado a dar forma de Estado a la nación y reconducir las situaciones de emergencia por las que había venido atravesando España desde 1931.

Es lícito adular al tirano

La sentencia clásica, Tyrannun licet adulari, la escribe Carl Schmitt en su descargo en las páginas extraordinarias de Ex captivitate salus. Es esta una novedad política tan antigua como las revoluciones de los cuerpos celestes.

Abenjaldún, compañero de celda del gran ingenioso alemán, también justifica sus refinadas artes adulatorias en su Autobiografía. Político fracasado y diplomático oportunista, Abenjaldún se entrevistó con Tamerlán, asediador de Damasco, el 10 de enero de 1402. (Muchos años antes, en el otro confín del Mediterráneo, se había reunido también, en Sevilla, con Pedro I).

También para el realista político (ante litteram) nacido en Túnez era lícito adular al tirano:

A causa del miedo que sentía pensé en encontrar algo que distrajera [a Tamerlán] y lo pusiera en mi favor. Por eso comencé a decirle: “¡Dios te guarde! Hace treinta o cuarenta años que esperaba conocerte”. El traductor me dijo: “¿Cual es la razón de ésto?”. Contesté: “Por dos causas. La primera es que tú eres el sultán del universo y el dueño del mundo. Y no sé que haya aparecido en la creación, desde Adán hasta nuestro tiempo, un soberano como tú. Esto que digo no son palabras vanas, que me cuento entre la gente del saber y puedo explicarlo”.