La sentencia clásica, Tyrannun licet adulari, la escribe Carl Schmitt en su descargo en las páginas extraordinarias de Ex captivitate salus. Es esta una novedad política tan antigua como las revoluciones de los cuerpos celestes.
Abenjaldún, compañero de celda del gran ingenioso alemán, también justifica sus refinadas artes adulatorias en su Autobiografía. Político fracasado y diplomático oportunista, Abenjaldún se entrevistó con Tamerlán, asediador de Damasco, el 10 de enero de 1402. (Muchos años antes, en el otro confín del Mediterráneo, se había reunido también, en Sevilla, con Pedro I).
También para el realista político (ante litteram) nacido en Túnez era lícito adular al tirano:
A causa del miedo que sentía pensé en encontrar algo que distrajera [a Tamerlán] y lo pusiera en mi favor. Por eso comencé a decirle: “¡Dios te guarde! Hace treinta o cuarenta años que esperaba conocerte”. El traductor me dijo: “¿Cual es la razón de ésto?”. Contesté: “Por dos causas. La primera es que tú eres el sultán del universo y el dueño del mundo. Y no sé que haya aparecido en la creación, desde Adán hasta nuestro tiempo, un soberano como tú. Esto que digo no son palabras vanas, que me cuento entre la gente del saber y puedo explicarlo”.
3 comentarios:
El orgullo de un pensador político no le debe permitir adular al tirano. Quizás le debe bastar con pasar desapercibido. Así luego no tendrá que dispensarse.
Aún así, si es verdaderamente orgulloso, su tentación es captar la voluntad del político, y eso a veces requiere de las artes adulatorias. De todas formas, el peso de esta glosa quiere caer sobre quienes, cómodamente establecidos, no tienen en cuenta los miedos de los Abenjaldunes.
El problema es que el tirano considera al silencio, al menos, como tibieza y, más generalmente, como traición. La adulación deviene, así, un imperativo categórico; y a esto refiere la reflexión de Schmitt. La política nada tiene que ver con la moral, Freunde.
Publicar un comentario