martes, 28 de junio de 2016

Brexit

Finisterre inglés
Cuando todos se olviden del nombre, siquiera de su transliteración española, recordaremos solo el estupor que causó un puñado de votos ingleses. Finis Europae. Gibraltar español. Far-right rising in Britain

Pero nunca fue para tanto. Un nota a pie de página que se repite. En The Influence of Sea Power Upon History 1660-1783, del almirante ATM. En Land und Meer de CS. Hasta en La pusissance maritime de HC-B. 

Si les dejan elegir, siempre preferirán el océano.

sábado, 18 de junio de 2016

Basil H. Liddell Hart y Gaston Bouthoul

Bruno Tertrais le pone principio a su Que sais-je? sobre la guerra con dos citas erróneamente atribuidas a Gaston Bouthoul y a Trotsky. Me interesa la primera.

"Si l'on veut la paix, il faut comprendre la guerre".
Basil Liddell Hart, Thoughts on War, 1944.
[Citation faussemen attribué à Gaston Bouthoul (ce dernier l'ayant reprise dans ses travaux).]

La mención resulta extrañamente justiciera tratándose de un pequeño volumen divulgativo. Pero tiene mucha intención, como se ve más adelante cuando Tertrais subraya que Bouthoul es el autor del primer Que sais-je? sobre la guerra (p. 9). Supongo que subliminalmente se justifica así la necesidad de una nueva versión. B. Tertrais, de la Fondation pour la Recherche Stratégique es experto en el arma nuclear, pero sabe también alancear moros muertos. Bouthoul, nacido Boutboul, era no obstante judío tunecino de origen.

Me disgusta esa aclaración que deprime la originalidad de la doctrina polemológica de Bouthoul, pues no en vano del Si vis pacem, gnosce bellum hizo este, muy razonadamente, el lema de la sociología de la guerra, sobrevolando el clásico latino Si vis pacem, para bellum y el ripio pacifista Si vis pacem, para pacem. Mención aparte merece esta fórmula del pacifismo agresivo: Si vis pacem, move bellum contra bello, mantra de los pacifistas armados que, según Bouthoul, como cierto bobo proverbial, están dispuestos a arrojarse al río para evitar la lluvia.

Podría decir que la sumaria referencia del libro de Tertrais, bastante bueno, no me deja dormir, pero es el calor. Me incita sin embargo a hacerme con el libro de Liddell Hart.

* * *

De Thoughts on War hay un solo ejemplar en las bibliotecas universitarias españolas (Deusto), que pido en préstamo hace apenas una semana y recibo ayer mismo. Es una edición de 1999. Supongo que lo tendrán también en el CESEDEN, pero allí no llego.

B. H. Liddell Hart, bien conocido por su doctrina de la aproximación estratégica indirecta, por la dimensión psicológica (rectius moral) de la fuerza y por las ventajas de la motorización y la mecanización de esta (también De Gaulle, simultáneamente y en soledad, las predica en Francia con Vers l'armée de métier de 1934), así como por su historia de la Segunda Guerra Mundial y por diversas biografías militares, elabora Thoughts on War en sus horas bajas. Es una obra densa y, como explica el autor, necesariamente reiterativa, pues consiste en una ordenación de las glosas y aforismos sobre la guerra anotados por él durante veinte años (1919-1939). Al empezar la guerra se había planteado Liddell Hart la redacción de una teoría general de la guerra, de la que hasta ese momento solo hay vislumbres en su obra. Las circunstancias le convencen de que un tratado como ese sería necesariamente incompleto, pues toda guerra, en su desarrollo, y ese era el caso en 1942, oculta elementos decisivos que solo con la paz serán desvelados, haciéndose entonces inteligibles.

El libro de Liddell Hart, fechado el 20 de noviembre de 1943 y publicado en 1944, supongo que a primeros de año, tiene, por sus capítulos, cuerpo de tratado, pero es en realidad un extraordinario glosario de la sabiduría militar que se puede abrir por cualquier página.

El mundo está lleno de "lecturas obligadas", por eso tal vez se encuentra exhausto y su espíritu oprimido; por eso no diré yo que estas páginas son imprescindibles. Pero si yo tuviera a mi cargo a un puñado de oficiales jóvenes les invitaría a discurrir sobre todos estos propos de Liddell Hart en sobremesas espirituosas.

A pesar de sus críticas a Clausewitz, el autor ha colocado sus pensamientos, tal vez inconscientemente, bajo la sombra tutelar del general y filósofo prusiano, cloudly profound (p. 33), a quien la muerte impide elaborar el gran tratado que alentaba en su espíritu y del que solo hay atisbos en el capítulo primero del libro primero de Vom Kriege, una obra maestra de concisión. Recuerdo ahora la insistencia con la que GM llama mi atención sobre las extraordinarias condiciones literarias de Bismarck y del propio Clausewitz, grandes escritores los tres.

Las notas de Liddell Hart forman parte de su método de conquista, consolidación y proyección de posiciones intelectuales. Es así como su pensamiento, fajado en los tósigos de una penetración local o minor tactics, se va ampliando después a través de la esfera de "táctica combinada, la estrategia, la estrategia combinada, la política y la filosofía de la guerra" (p. 7). Aquí y allá aparecen las cabezas de puente de una ciencia objetiva de la guerra: "To abolish war we must remove its cause, which lies in the imperfections of human nature" (p. 35). Espigando en la obra encuentro también la más sarcástica refutación del pacifismo, que yo pondría en exordio de mi tratado nonato de polemología o en la hipotética dedicatoria con la que acompañaría un envío improbable a los marxistas-leninistas residuales del Peace Research: "The best antidote to war is a widening sense of humour and a keener sense of the ridiculous" (p. 38). Un pacifista con sentido del humor y del ridículo siempre ha sido pedir demasiado.

[Post scriptum: Sobre uno de esos científicos inesauribili, de los más conspicuos, dirijo una tesis doctoral. La doctoranda, si quisiera enterrar en sus quinientas páginas la deliciosa cita de Liddell Hart, tan british –aunque sobre esto reconozco que tiene la última palabra Ignacio Peyró–, que yo le brindo ahora, me compensaría el girovagar y el flipar con tanto budismo psicodélico de estos últimos meses.]

* * *

En 1944 Liddell Hart cuenta 49 años, Bouthoul uno menos, 48. Sus Thoughts on War, por lo que cuenta en el prefacio y salvada la distancia, se parecen mucho a las virutas de taller de Miguel d'Ors. Es un caso único de transparencia del proceso ideativo, no solo en los War Studies, sino en la mayor parte de las ciencias sociales. Aunque no tiene la coherencia de un tratado, puede compensar a los estudiosos del fenómeno militar como ilustración del recorrido de otro estudioso (p. 8).

Liddell Hart, racionalista de la guerra y doctrinario del pacifismo científico, como Bouthoul, anota en abril de 1932 lo siguiente: "Rational pacifism must be based on a new maxim: if you wish for peace, understand war" (pp. 9-10). Poco después, en mayo: "We have come to doubt the old maxim: if you wish for peace, prepare for war. But we have still to learn a new and truer maxim: If you wish for peace, understand war" (p. 19). Si Bouthoul conoce estos pasajes, que no aparecen citados en Cent millions de morts (1946), en  cuya página 218 formula por vez primera su motto científico, idéntico en efecto al de Liddel Hart, no puedo asegurarlo, pero parece bastante probable. Escribe Bouthoul: "L'humanité continue à s'en tenir à la veille maxime: Si tu veux la paix prépare la guerre, c'est à dire arme-toi et menace. Peut-être vaudra-t-il mieux dire, après les milliers de démentis infligés à la première formule: Si tu veux la paix connais la guerre".

El proyecto racionalizador de Liddell Hart es un apunte, no una polemología. Son rarísimos los soldados que han hecho del estudio [científico] de la guerra su profesión (p. 125), por eso tal vez el estudio de la guerra nunca ha sido científico, ni en espíritu ni en método (p. 118). A pesar de su espíritu, Liddel Hart se recrea en la historia, no le interesa la sociología de la guerra. Para él, la máxima que resume su "Science of War" es una regla práctica, una advertencia para los cuartos de banderas: "The profoundest truth of war is taht the issue of battles is usually decided in the minds of the opposing commanders, not in the bodies of their men" (p. 150).

Liddel Hart ha encontrado una inteligencia melliza en Gaston Bouthoul, de modo que su incitación, junto a otras, no se ha perdido, sino que se han convertido en el núcleo o fundamento de una sociología general de las guerras. No creo que los Military Studies ni los War Studies hayan subrayado la dúctil fibra roja que liga estos dos espíritus solo en apariencia dispares.

viernes, 10 de junio de 2016

Remember Cavite and Santiago!

Recibo la visita de La guerre, de Bruno Tertrais, el nuevo Que sais-je? sustituto del veterano volumen que con el mismo título le encargaron a Gaston Bouthoul a principio de los años cincuenta. Lo leo de un tirón, pues este es uno de los mayores atractivos de estos libros de riguroso y lapidario formato.

Tertrais incurre en una deliciosa contradicción, supongo que por demócrata. "Los regímenes autoritarios son, con carácter general, más belicosos que los regímenes democráticos". Página 30. Sin embargo de lo cual, en la 31, que domina mi ojo derecho, se dice esto otro: "entre 1946 y 2003 [los países más implicados en guerras] son el Reino Unido, Francia, Estados Unidos y Rusia", supongo que por ese orden. Ni siquiera vale ya in toto el ejemplo autoritario ruso, una democracia presidencialista que, desde hace más de dos décadas, resulta inasequible a las denuncias de impureza con que la asedian los Regímenes Anacrónicos y Partitocráticos de Occidente,.

La contradicción es en realidad consecuencia de una confusión doble y aun triple.

La primera es relativa al "régimen democrático", tropismo ideológico que no significa gran cosa, salvo "partitocracia de presunta legitimación demoliberal". Lo que ciertamente añade muy poco a lo consabido: la partitocracia es la expresión sociológica del residuo metapolítico "oligarquía" revestida de una derivación a la altura o, según se mire, a la bajura de los tiempos.

La segunda tiene que ver con la interesada correlación, de finalidad puramente polémica y hostil, entre cierta forma de gobierno y la propensión a la guerra. La confusión anterior se dilucida en el campo de la estasiología, esta en el de la propaganda política.

La tercera es causada por el retorcimiento de la idea de "belicosidad", generalmente confundida con la de "militarismo". En realidad, con carácter general, ahora sí procede, señor Tertrais, los países más belicosos son los movidos por el ideal democrático: Francia, "Medea dañosa del mundo" la llama, a siglo y medio de la Revolución, Saavedra Fajardo, a quien no le escapa una y menos una tan evidente, o los Estados Unidos de América. Militarista, en cambio, ha sido Alemania. Las armas son la materia del militarismo, pero lo que excita su uso es el ánimo belicoso.

La equívoca opinión de Tertrais, expresada con neutralidad científica, recuerda a la correlación inexorable establecida por Guglielmo Ferrero poco después de la guerra hispano-yanqui de 1898: los países democráticos tienen una guerra fresca y alegre, mientras que los países autocráticos la tienen triste. Ferrero no solo pretende explicar así la victoria fulminante de los Estados Unidos y la derrota de España, sino también justificarla como algo acorde con el siglo.

miércoles, 1 de junio de 2016

Pésames democráticos

El 27 de julio del año pasado recibo del rectorado el "más sincero pésame por el fallecimiento de [mi] padre". Según leo, el Consejo de Gobierno de la universidad, reunido el 24 de julio por otros menesteres, lógicamente, "acordó manifestarme su más sincero pésame". Lo agradecí con todo el corazón, como es natural, pero me queda la duda de si el acuerdo, siendo mayoritario, pues esto es claro, fue unánime y nemine discrepante o si hubo algún voto particular, aunque parece que no, teniendo al menos la certeza de que en la votación mi padre y yo alcanzamos una mayoría cualificada y holgada.

Tiene que ser un síntoma, terrible e inasequible a nuestras inteligencias oprimidas por la morada terrena, de que el reino de la cantidad se precipita. La Época de los Pésames Democráticos consuma la Época de las Neutralizaciones y de las Despolitizaciones.

La morfología oligárquica de los gobiernos y los partidos que los sustentan y se los reparten no tiene remedio, pero el pésame de mi rector, un administrador eficaz de lo común, esto es bien cierto, como esto otro: hombre simpático y de gran facundia, me confirma el triunfo inenarrable de la democracia. Si Tocqueville hubiera tenido noticia de estos pésames democráticos del futuro no habría escrito De la démocratie en Amérique, sino un tratado de demonología, como Donoso Cortés, el otro profeta de la primera mitad del siglo XIX.

Donoso, "cálido retórico [y] frío político" según el parecer de Xenius, escribe sobre el final de los tiempos, pero le pone un título poco comprometedor que le permita meterlo de matute en la república literaria: Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo.

Murria

"En Barcelona mató la murria al nene Pilí". Este diagnóstico telúrico de mi padre sobre un conocido suyo o tal vez de mi abuelo, trasplantado a otro suelo en los años cincuenta o sesenta, cuando según el prólogo de la primera edición, la "Nota liminar para hispanos" del Crepúsculo de las ideologías, capado más tarde, España se despereza y se tensa y progresa, me ha acompañado siempre. De vez en cuando me imagino a ese hombre rumiando su infortunio, esperando con avidez la muerte en la ventana de un edificio sin balcones, como otros miles sembrados en España por la contradictoria dictadura katejónica del general Franco. Desansiado de tanto ansiar.

La murria, ese mal que aparentemente mata murcianos, dolencia endémica para la que no rige en realidad el ius solis, sino el jus sanguinis, lo que explica que un murciano muere donde quiere dejarse morir, no tiene una explicación filológica sencilla. Generalmente, los diccionarios velan la parte espiritual o trascendental del problema.

El DRAE apenas si da de la murria una definición sintomática: "Especie de tristeza y cargazón de cabeza que hace andar cabizbajo y melancólico a quien la padece". María Moliner, de misión cultural en Murcia, archiva papeles de la nueva universidad entre 1924 y 1929 y hace fichas para su Diccionario de usos del español; tal vez por eso se acerca más al problema. "Murria", escribe por entonces, es nombre femenino que significa "abatimiento o melancolía" y "murrio" adjetivo que califica a quien "[está] atacado de murria". "Murrio", en el Vocabulario de las hablas murcianas de Diego Ruiz Marín, contiene esta acepción, bastante plana y deslucida para ser una palabra totémica y magnética en la que cabe todo un Volksgeist y toda la identidad regional (como en la cansera y en la risera): "Mustio, decaído de ánimo y salud".

Define la murria sin pretenderlo José Ballester en su novela de 1936 Otoño en la ciudad, en la que los sucesos más energéticos que se relatan son los entierros (pallida mors) en una "ciudad sumergida" y caliginosa en la que nunca llueve, pero en la que se espera y teme la lluvia.

Florentina, novia del protagonista, José María, joven afectado por una cansera crónica que sin embargo simula activismo, muere lejos de Murcia, pero en ella quiere ser enterrada, "pobre puñadico de gleba que va hacia el fin de su éxodo". Se llama Florentina, como la santa novocartaginesa, pero tiene un alma pagana y sueña con alimentar las raíces de los árboles, desvanecerse como las pomporicas del río que se rompen en la piedra de Matamoreno. Me parece que el inefable Ballester, preocupado por los gorriones, no habla claramente sobre esa muerte, la más importante de toda la literatura murciana: sugiere más bien que se trata de unas fiebres, como otro podría decir de calentura, de una tosesica o de un dolor miserere, pero la verdad es que Florentina se muere de murria.

Si alguien da con la tecla de la murria es precisamente Vicente Medina, con muchos debes en su poética -borrones como sus poemas rijosos-, pero poeta verdadero. En "Murria", el poema que cierra la primera serie de sus Aires murcianos (1898), habla del "mal que acora" a quien está lejos de su tierra:

¡Y, de hallarme tan lejos, la murria
me corca y me mata!

Medina presta su minerva a un desgraciado, "malico del pecho", a muchas jornadas de su roal. Solo le quedan ansias para volver a su casa. Le tortura el recuerdo de las alábegas que alfombran el huerto de su madre y las cántaras colgadas debajo de la parra:

¡que gotica a gotica tresmanan!...

Lo que le duele es morirse tan lejos sumido en un "sueño mortal".

Al gallego y al portugués, que tienen un alma mole y sensible, como la de otros moradores de las riberas boreales atlánticas, la morrinha y la saudade les ayudan a vivir lejos de la tierra natal. Al murciano, en cambio, que se ve negro y tiene alma agarena, la murria es lo que le ayuda a morir, como al nene Pilí.


Exámenes

Un examen, decía don Álvaro d'Ors con cierto manierismo disculpable en un universitario fuera de serie, es "el prosaico tapón que impide que se pierda el preciado licor de la docencia". 

Ayer, en uno de los míos, me pasmó descubrir en el fondo de la copa este poso alucinante: "Ciencias camerales (kameralen Wissenschaften): ciencia inventada por David Cameron". Sin el tapón dorsiano, a eso voy, esta y otras lapidarias definiciones se perderían, abortadas y nonatas para siempre. 

El Capitán y don Entiendo

Desde Santiago del Nuevo Extremo me pide JDN noticias sobre Los titanes venideros, la maravillosa entrevista de Antonio Gnoli y Franco Volpi a Ernst Jünger, de la que acaba de aparecer nueva edición española en una editorial de Barcelona.

La casa de JDN en Santiago, apenas a dos cuadras del palacio de la Moneda, es la morada provisional de casi todos mis amigos, conocidos y saludados que pasan por Chile. Dejo para otro momento mis impresiones sobre ese santuario-delegación-asilo de la tradición hispánica y de la legítima monarquía de las Españas en el que viví acogido dos o tres semanas no hace mucho. Allí conocí y me amisté con X, uno de los jóvenes asiduos a Vintila Horia en su última etapa, a finales de los años ochenta. Casualmente, X y otros tres buenos amigos, X1,X2 y X3, portaron la caja con el despojo mortal del goncurizado autor de Dios ha nacido en el exilio.

JDN escribe desde hace unos años la bibliografía schmittiana panhispánica. Meticuloso y concienzudo me pregunta por las referencias de Jünger, el Capitán, a Carl Schmitt, don Entiendo, recogidas por Gnoli y Volpi. No tiene el libro a la mano. Lo tendrá en Madrid o en Sangenjo, con otro papeles suyos.

La amistad y el interés por esa obra in fieri me obligan a reeleer mi edición de 2007. Abundan en la entrevista, sin menudear, las referencias a don Entiendo, uno de los alias que Jünger utililiza para referirse al Solitario del Sarre. Lo que de él dice aquí y allá vale como el oro, mucho más que los mantras cansinos y enervantes de los profesores.

El padrino de su hijo Alexander, "de quien hoy sería el cumpleaños" (p. 28), mantuvo con Jünger una "verdadera amistad" (p. 47) a prueba de decepciones, incluyendo aquí el resentimiento. Observa Jünger, sin poner hiel en sus palabras, que Schmitt aventa cierto rumor sobre el oportunismo de Sobre los acantilados de mármol, con el que su autor pretendería una segunda medalla "Pour le mérite" (p. 50). El comentario tiene, desde luego, una marca sarcástica muy propia del imputado. Se refiere Jünger también al "extrañamiento" que reflejan las miradas de Schmitt y la suya propia en la famosa foto parisina en el lago de Rambouillet de 1941. Hablaron entonces de Poe, Bloy, Tocqueville y Melville (p. 49). Sus paseos por Berlín antes de la guerra rezuman también escepticismo e indiferencia: "Recuerdo que justamente durante los años en que Hitler gozaba del mayor consenso, antes de la guerra, cierto día durante un paseo [CS] me dijo: '¿Escuchó ayer el discurso de Hitler? Nada más que tópicos'" (p. 60).

Aunque Alain de Benoist no lo recoge en su pelágica bibliografía, lo que acabo de apuntar me parece suficiente para justificar su incrustación en las siempre berroqueñas bibliografías secundarias. Günter Maschke tiene el mismo criterio cualitativo. En este refinado género literario de las bibliografía, trasunto del arte de las notas a pie de página del que conozco y trato habitualmente a tres maestros, debe contar más la cualidad que la cantidad.