martes, 12 de junio de 2012

Mediación internacional

En tiempos de Franco se llamaba retirada de embajadores al bloqueo internacional. Lo venció el General por la mano compitiendo diplomáticamente en el mismo elemento que los mediadores internacionales de la ONU: los océanos, el Atlántico Norte y el Atlántico Sur -Estados Unidos y Argentina, Eisenhower y Perón-. Como hicieron los Borbones después de la Guerra de sucesión para librarse del dogal de Europa.

En Siria, objetivo inmediato del universalismo político, lo mismo que Libia hace unos meses, llaman ahora retirada de embajadores a la aceleración de la guerra civil.

sábado, 9 de junio de 2012

Los animales de la política

En el Occidente cristiano la política es un gran animalario. Deambulan por sus géneros la abeja laboriosa, la taimada culebra, el zorro ladino, el poderoso león y el águila real. En las Empresas políticas de Saavedra Fajardo, que siempre tengo cerca, hay también, además de todos esos, puercoespines, cigüeñas, osos y papagayos. Perros ladradores y rapaces que digieren el hierro. Muchos más son los animales que parlan en las fábulas de La Fontaine, canon literario de un género que, en realidad, trasciende la intencionalidad política. 

Desde Esopo a Orwell, pasando por Mandeville, las conductas animales han servido para ilustrar los vicios y las virtudes del animal político. Probablemente, los modelos de este género, como los espejos de príncipes, que conocieron gran desarrollo a partir de Plutarco, llegaron de Oriente, después de las conquistas de Alejandro. La alteración sufrida por los patrones originales, aun siendo lógica, resulta fascinante.

La política hindú, racionalizada en los Arthasastra, tratados del gobierno, ofrece un paisaje totalmente diferente, poblado de elefantes y vacas, pero también de los seres acuáticos. Nuestra ley de la selva o nuestra lucha lobuna de todos contra todos es en la India arcaica la ley de los peces, lo que parece, si cabe, más cruel y fatalista. Hay también en esos tratados serpientes, pero de ellas sólo preocupan sus virtudes venenosas y cómo defenderse de ellas. Tortugas. Y cangrejos, especie que le sirve a un príncipe del ingenio político, Kautilya, para prevenir a los reyes contra sus propios hijos: los príncipes, escribe el poderoso valido de Chandragupta, "son de la misma naturaleza que los congrejos, que devoran a sus progenitores".

viernes, 8 de junio de 2012

Argumentos de autoridad

Algo del eristi sicut dii alienta, según nuestro gran Suárez, en la soberanía popular y más de trescientos años de propaganda política no me van a hacer cambiar de opinión.

jueves, 7 de junio de 2012

Metaliteratura y metapolítica

Carlo Gambescia es sociólogo y autor de una obra más ensayística que sistemática de mucho valor. Sus páginas son siempre el retrato del hombre que las escribe, lo cual, por otro lado, pueden pasar por alto, sin perjuicio de su ilustración, la mayoría de sus lectores. Gambescia, feligrés de San Pedro cuando aquello, no hace tanto tiempo, no era más que una parroquia grande de Roma y apenas conocía el moderno turismo religioso de masas, dice que mi estudio sobre Guillermo Röpke es un ottimo libro y creo que hasta le molesta el prurito de neutralidad con que omito el adjetivo cuando le traduzco al español. He escrito dos o tres reseñas sobre libros suyos publicados en Settimo Sigillo: la larga entrevista Dove va la politica?, el libro sobre Del Noce y el ensayo sobre la sociedad consumista, en la que se apoyaba, para tomar altura, en un pasaje de La isla del tesoro.

Esperando que los carteros no hayan desvalijado su último paquete con franqueo de las Poste Vaticane, que me traía, a mi antigua dirección, un libro muy italiano, A destra per caso. Conversazioni su un viaggio, puedo decir que de todos los suyos prefiero Metapolitica. L'altro sguardo sul potere.

Metapolitica de Gambescia son varios libros en uno: formalmente se trata de un ensayo sobre el buen uso de la metapolítica, pero en sus páginas hay mucho más: hipertextualidad, metaliteratura y una aguda microbiografía, la del autor, que nos hace saltar, sin solución de continuidad en la lectura, a la red, a su blog de metapolitica. Si yo fuera crítico literario diría que Gambescia ha hecho ladina metaliteratura.

El libro tiene tres partes y en todas se ve cuánto partido le ha sacado el autor a la categoría migliana de las regolarità de lo político, noción de una extraordinaria valencia metodológica. No hay, tal vez no puede haberla, una visión integradora y universal de lo político, sino "verdades parciales" o patterns, en términos de la filosofía anglosajona. De las mismas hace un recuento no exhaustivo, añadiendo a las señaladas por Miglio algunas de su minerva: la libido dominandi aplicada a la búsqueda de la hegemonía (Tucídides); los egoísmos concurrentes (Maquiavelo); la existencia de un soberano en todo sistema político (Bodino); el carácter ficticio de toda comunidad política (Hobbes); la clase política (Mosca, Pareto, Michels); la antítesis comunidad-sociedad (Tönnies); las formas ideológicas de legitimación (Weber); la contraposición amicus-hostis (Schmitt); la dialéctica movimiento-institución (Alberoni); la "tradicionalidad" (Shils); el conflicto progreso-decadencia o arché-anarché (Sorokin).

La metapolítica es, entre otras acepciones posibles, una aproximación generalizadora que estudia los medios concretos mediante los cuales se conquista, se detenta y se pierde el poder: en suma, una mirada sobre el poder, como reza en el subtítulo. Requiere del estudioso un equilibrio entre pasiones e intereses que raramente se encuentra en la caracteriología del politólogo. Este balance sutil es, a mi juicio, el lema y hasta la marca de Casa Gambescia. De la metapolítica gambesciana constituyen también apartados sensibles la reflexión sobre la acción metapolítica (¿conviene rechazar el mundo, aceptarlo o comprometerse estratégicamente con él?) y la incursión en las provincias de la decadencia de la civilización, promesa tal vez de otras jornadas intelectuales. Discípulo ex lectione de Sorokin, Gambescia afirma lapidario que nadie piensa hoy en la decadencia. Nuestras sociedades naufragan en un tiempo sin durée que ha roto sus vínculos con el pasado (presentismo) y con el futuro (cataclismo demográfico de la natalidad cero).

Más acá de la prospectiva sobre el poder y la decadencia se encuentran las afinidades electivas de Gambescia: Szymborska y Eliot; Dawson; Cantimori y Del Noce; Schmitt y Freund; Ortega. De su amigo Nicola Vacca toma un magnífico epigrama para el realismo político, con aires del capítulo XV de El príncipe: stare a guadia dei fatti. Entre las fuentes de elección está también Alda Merini, de la que reproduce un aforismo, invitando de paso a consultar el Dizionario Biografico degli Italiani para que nos den razón de esta mujer, poetisa y excelente cultivadora del género lapidario por excelencia:

La calumnia
è un vocabolo stentato
che quando arriva
a destinazione
mettre mandibole di ferro.

Del no muy conocido sociológo Edward Shils, muerto en 1995 a la "venerable edad de 85 años" y autor de un libro descollante en la sociología del Novecientos, Tradition (1981), dice lo justo para incentivar su lectura y descubrirnos cómo llega callando el silencio a una obra extraordinaria:

Judío de origen ruso y nacionalizado americano, especialista en Max Weber y Karl Mannheim y colaborador de Talcott Parsons. Shils gozó de un momento de celebridad en Italia: en 1983 recibió el premio Balzan y, por invitación de Juan Pablo II, participó en los encuentros estivales de Castel Gandolfo entre el Papa e importantes hombres de la cultura. Después se deslizó hacia una especie de limbo intelectual. Por lo demás, un intelectual no católico y apreciado por el Papa no podía obtener el favor de una sociología que, como la italiana de esos años, era la pedisecua de Marx y su epígonos.

Y como en ocasiones anteriores, Gambescia nos deja aquí y allá gratos encargos de lectura: G. Le Bras, La Chiesa del diritto. Introduzione allo studio delle istituzione ecclesiastiche (1955); S. Moscovici, Psychologie des minorités actives (1976); Tradition, de Shils, por supuesto; y M. Serra, L'esteta armato. Il poeta-condottiero nell'Europa degli anni Trenta (1990).

Y la impagable microautobiografía de

L'autore
Carlo Gambescia è nato e risiede a roma. Sociologo. Ha all'attivo fra testi scritti, curati e tradotti, alcune decine di volumi. Collabora con pubblicazioni scientifiche italiane e estraniere. Scrive su quotidiani e riviste. Svolge consulenze editoriale. Nel tempo libero che gli resta, poco per la verità, srive sul suo blog.

El colofón perfecto, per la verità, para un libro con arribes de serena melancolía: más allá de la metapolítica está la cruz de Cristo: aceptada en conciencia sobre nuestras espaldas debemos cargar con ella hasta el final. Oltre la metapolitica. Pero ahí comienza ya otro libro.

miércoles, 6 de junio de 2012

Valeriana

Para esta noche, valeriana, que acabo de abrir el Das Politische und der Mensch, del inmenso Kondylis. Mis hijas me lo acaban de traer a mi mesa. Un post-it de GM, mestre e amigo, me lo hace llegar adjunto a sus inefables "¡Saludos para las tres yolanditas!".

Plutarco viene también en mi auxilio

Mis hijas, a veces, cada vez con menos frecuencia, la verdad, no me dejan dormir. Quienes me quitan el sueño, en cambio, cada vez más, son mis amigos.

Hace veinte años, para salir airoso en los cursos de doctorado, mi catedrático de Filosofía del derecho me recomendó la lectura de las Vidas de Solón y Publícola, de Plutarco. Las conseguí en una edición magnífica de Les Belles Lettres de 1968. Entonces había en Madrid librerías de nuevo que podía atesorar durante décadas, esperando que se cumpliera su destino, ejemplares como este mío. En Solón buscaba con ahínco el rastro de las "verdades parciales de lo político" que hay en cada escritor veraz. Pude encontrar pepitas de oro como esta, no precisamente pequeña: "Los odios, en política, no pueden ser eternos", tal vez la primera fórmula de la amnistía, la fuerza del olvido. Pero fuera de programa me atrapó también la Vida de Tesmístocles, que el historiador romano comparaba con la de Camilo y que el editor había incluido en el mismo volumen, el II.

Temístocles tenía una calidad extraordinaria, comparable a su ambición, pues dejando en sus manos una ciudad minuta y oscura, se decía que sería capaz de convertirla un lugar grande e ilustre. De todos los sucedidos y pasajes que relata Plutarco hay uno extraordinario:

Se cuenta, en efecto, que Temístocles vivía hasta tal punto pensando en  la gloria y era tan apasionada su ambición de grandes obras que, siendo todavía joven, como quiera que, después de la victoria de Maratón sobre los bárbaros, veía a todos alabar el genio militar de Miltiades, se le encontraba con frecuencia sumido en sus pensamientos, pasando las noches en vela, evitando asistir las comidas festivas tradicionales. Cuando sus amigos, sorprendidos por estos cambios de su conducta, le preguntaban, él respondía que el trofeo erigido para Miltiades le quitaba el sueño y le impedía dormir.

Me impiden dormir a mi los libros de mis amigos, pero también, siendo buenos, los de quienes se dicen mis enemigos. Entre estos últimos, el estupendo de SM sobre El Derecho político de la Segunda República, en el que me veo emparejado con Luis del Valle, un krausista de derechas que había teorizado cansinamente sobre el Estado autoritario. Aunque no sea cierto, pienso que SM tiene derecho a escribir eso, incluso a hacerlo sin dar otra razón que mi interés de historiador de las ideas por este personaje menor de nuestro siglo XX político. La filiación me podría molestar en punto al estilo, pues no podría yo habitar la misma casa que Suly Vella, el "poeta de las mujeres" según Concha Espina. Mis gustos poéticos no tienen mucho que ver con los de Don Luis y su pseudónimo.

Me han quitado el sueño varias noches el estupendo glosario de EGM, El pabilo vacilante; los cuatro libros políticos que me envió hace poco desde Buenos Aires GM; la Rivista di politica, organizada desde Perugia por AC; la última novela de AD, Caza mayor; los libros que me aconseja, desde Roma, CG: los de P. P. Portinaro, Il realismo politico y los del orientalista italiano Carlo Formichi, Gli indiani e la loro scienza politica y Salus populi; por no hablar de Metapolitica, del mismo CG.

lunes, 4 de junio de 2012

Azoriniana

Antonio Maura, un gran talento político desaprovechado por sus compratiotas, tan pródigos en todo aquello que toca al bien público, llegó a ser un hombre perseguido por todos: la Corte, la prensa y los politicantes. La España oficial decretó contra él el famoso Maura no.

Hombres como él marchan siempre solos por España. En las memorias de su ministro De la Cierva hay algún pasaje estremecedor de soledades: la jornada nocturna, por carreteras de polvo (todavía quedada remoto el Plan de firmes especiales de Primo de Rivera), desde Madrid al Balneario de Fortuna, De la Ciera y Maura. El coche en el viajan para tomar las aguas en la Murcia remota es como una mariposa votiva en el alféizar de una España a oscuras.

Unos meses antes, Martínez Ruiz, víctima de unas fiebres (o eso quiere él dar a entender desde su San Casciano de la montaña alicantina), entretuvo sus ocios escribiéndo un Espejo de príncipes: El político, uno de los últimos del género en español. El librito está lleno de agudezas y psicología política. También de filosofía (la política es vida y la vida es fuerza) y antropología (el maquiavelismo es la propia condición humana). Más que un libro de horas para Maura, la voluntad de la fallida revolución desde arriba, era el escaparate en el que la España capaz de leer debía contemplar las virtudes del hombre a quien nunca dejó de gobernar la otra España, la que patea.

Sin embargo, por lo que se colige de sus explicaciones preliminares, unas pocas líneas, Martínez Ruiz debió ser consciente de que no le había salido un nuevo Antimaquiavelo, sino un libro de Azorín, otro libro de Azorín. Y no le quedaba más remedio, aplicándose sus propias recetas, que encarecer lo conseguido: "He procurado ser breve, preciso y claro". Qué requintado sentido del humor: una advertencia como esa en un escritor como él, todo precisión y líneas claras.

domingo, 3 de junio de 2012

Julia de Portugal

Jimena parece algo más fría. Tiene el sentido de la economía de medios, también en el trato.

Julia, sin embargo, cuando se despide de su madre, de su hermana o de mi en la puerte de la casa, parece, con tanta ceremonia y parabienes, un diplomático portugués de aquellos buenos siglos ibéricos.

sábado, 2 de junio de 2012

El Espíritu del tiempo comparece en un Parque de Cartagena

En una fiesta de cumpleaños, ese azote, la guardesa del alegre rebaño de criaturas, que los trae y los lleva con una técnica consumada, ha decidido que ahora vamos a cantar.

Algunos niños están muy agitados, pues quieren ser los primeros en utilizar el micrófono del caraoque; otros no tanto, entre ellos L., una amiga de Jimena. En la televisión cantante se oye en portugués brasilero a un chico de moda, una figurilla internacional que había amenizado, por cierto, la inauguración del curso en la Universidad de Murcia, no sé si este año o el anterior (que conste que no lo digo aquí para aludir sarcásticamente al infantilismo que cultiva la política rectoral, sino, todo lo contrario, para recalcar la precocidad de los compañeros de mi hija de primero de parvulitos).

Niños y niñas, por turno, tararean una canción. A nadie parecen preocuparle las letras, que si no son procaces lo parecen, pues está acompañadas de unos pasos de baile para mayores con reparos. Cuando le llega la ocasión a L., resulta que esa música, que nunca antes había escuchado, no le dice nada. No se la sabe. No se la sabe. Pero la guardesa no se para en barras. "Canta otra, la que te sepas. Vamos nena".

Dios-te-salve-María
Llena-eres-de-gracia
El Señor es contigo
Y bendita Tú eres

Entre todas las muje-eres
Entre todas las muje-eres...

De pronto se hizo un silencio sepulcral en el Parque de bolas. Las madres, tan unísonas y locuaces, enmudecieron. Cuando la guardesa se recuperó (no tenía tantas tablas como parecía) le pasó el micrófono a otra niña y no dejó ya terminar a L.


viernes, 1 de junio de 2012

De Gaulle, ese hombre

A de Gaulle le entusiasmaba la gesta del Alcázar de Toledo, que le contaba con gran detalle a su hijo. Al General de Gaulle le caía bien el General Franco. A de Gaulle no le hacía falta disimular delante de los políticos de La Garce (o sus sucesores de la IV República) que se sabía representante de Francia, como Juana de Arco, Hugo Capeto y la serie de los Luises. Toute ma vie, je me suis fait une certaine idée de la France, escribe en el arranque de sus memorias de guerra (L'Appel 1940-1942). Creo que lo lapidario es ahí calculadamente ambiguo. De Gaulle, dictador pro témpore de la República o Presidente, tanto monta, nunca permitió que se ejecutara una mujer condenada por colaboracionismo, pues hay en ella, en ellas, en todas, como le decía a su colaborador, el leal Alain Peyrefitte, algo de sagrado. (Consintió otras ejecuciones, mis queridos amigos de la Tradición, que son la vergüenza de Francia).

Parece que de Gaulle tenía unas ideas que hoy llamaríamos anticuadas o reaccionarias, de Páter de aldea. Como los viejos curas de pueblo que tenían ganada su batalla, pensaba en siglos, no en legislaturas. 

Cuando la mayor parte de su gobierno, que había reformado el régimen matrimonial del Código civil de Napoléon en la primavera de 1965, estaba de acuerdo con la legalización de la píldora contraceptiva para reaccionar contra la campaña presidencial de Miterrand en el otoño, el General zanjó el asunto: "Mi gobierno nunca depositará un proyecto de ley para legalizar la píldora". Peyrefitte anotó sus palabras en tomo II de C'était de Gaulle (Fallois / Fayard 1994): "La pildora atenta contra lo más preciado en la mujer, su fecundidad. Si toleramos la píldora, tragaremos después con todo". Peyrefitte recordó entonces la "plegaria" de Anatole France a la Virgen: "Vous qui avez conçu sans pécher, permettez-moi de pécher sans concevoir", pero el horno no estaba para bollos y se la calló. De Gaulle había meditado sobre las consecuencias últimas de una autorización semejante: "¿Pretende usted que yo acepte que la población francesa decline en lugar de crecer? ¿Que nuestra raza desaparezca en un siglo o dos? Los nacimientos que aseguran el mantenimiento de nuestra población e incluso, después de la guerra, un crecimiento sensible de la misma se deben a embarazos no deseados. Tal vez no eran esperados, pero una vez anunciados, cómo no, eran bien acogidos".

A mi me cae bien este de Gaulle natalista, épico y católico. Solón en 1958. Dueño de la llave de los arcana republicae, su artículo 16. Era, además, un consumado escritor.