Antonio Maura, un gran talento político desaprovechado por sus compratiotas, tan pródigos en todo aquello que toca al bien público, llegó a ser un hombre perseguido por todos: la Corte, la prensa y los politicantes. La España oficial decretó contra él el famoso Maura no.
Hombres como él marchan siempre solos por España. En las memorias de su ministro De la Cierva hay algún pasaje estremecedor de soledades: la jornada nocturna, por carreteras de polvo (todavía quedada remoto el Plan de firmes especiales de Primo de Rivera), desde Madrid al Balneario de Fortuna, De la Ciera y Maura. El coche en el viajan para tomar las aguas en la Murcia remota es como una mariposa votiva en el alféizar de una España a oscuras.
Unos meses antes, Martínez Ruiz, víctima de unas fiebres (o eso quiere él dar a entender desde su San Casciano de la montaña alicantina), entretuvo sus ocios escribiéndo un Espejo de príncipes: El político, uno de los últimos del género en español. El librito está lleno de agudezas y psicología política. También de filosofía (la política es vida y la vida es fuerza) y antropología (el maquiavelismo es la propia condición humana). Más que un libro de horas para Maura, la voluntad de la fallida revolución desde arriba, era el escaparate en el que la España capaz de leer debía contemplar las virtudes del hombre a quien nunca dejó de gobernar la otra España, la que patea.
Sin embargo, por lo que se colige de sus explicaciones preliminares, unas pocas líneas, Martínez Ruiz debió ser consciente de que no le había salido un nuevo Antimaquiavelo, sino un libro de Azorín, otro libro de Azorín. Y no le quedaba más remedio, aplicándose sus propias recetas, que encarecer lo conseguido: "He procurado ser breve, preciso y claro". Qué requintado sentido del humor: una advertencia como esa en un escritor como él, todo precisión y líneas claras.
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