Recibo la visita de La guerre, de Bruno Tertrais, el nuevo Que sais-je? sustituto del veterano volumen que con el mismo título le encargaron a Gaston Bouthoul a principio de los años cincuenta. Lo leo de un tirón, pues este es uno de los mayores atractivos de estos libros de riguroso y lapidario formato.
Tertrais incurre en una deliciosa contradicción, supongo que por demócrata. "Los regímenes autoritarios son, con carácter general, más belicosos que los regímenes democráticos". Página 30. Sin embargo de lo cual, en la 31, que domina mi ojo derecho, se dice esto otro: "entre 1946 y 2003 [los países más implicados en guerras] son el Reino Unido, Francia, Estados Unidos y Rusia", supongo que por ese orden. Ni siquiera vale ya in toto el ejemplo autoritario ruso, una democracia presidencialista que, desde hace más de dos décadas, resulta inasequible a las denuncias de impureza con que la asedian los Regímenes Anacrónicos y Partitocráticos de Occidente,.
La contradicción es en realidad consecuencia de una confusión doble y aun triple.
La primera es relativa al "régimen democrático", tropismo ideológico que no significa gran cosa, salvo "partitocracia de presunta legitimación demoliberal". Lo que ciertamente añade muy poco a lo consabido: la partitocracia es la expresión sociológica del residuo metapolítico "oligarquía" revestida de una derivación a la altura o, según se mire, a la bajura de los tiempos.
La segunda tiene que ver con la interesada correlación, de finalidad puramente polémica y hostil, entre cierta forma de gobierno y la propensión a la guerra. La confusión anterior se dilucida en el campo de la estasiología, esta en el de la propaganda política.
La tercera es causada por el retorcimiento de la idea de "belicosidad", generalmente confundida con la de "militarismo". En realidad, con carácter general, ahora sí procede, señor Tertrais, los países más belicosos son los movidos por el ideal democrático: Francia, "Medea dañosa del mundo" la llama, a siglo y medio de la Revolución, Saavedra Fajardo, a quien no le escapa una y menos una tan evidente, o los Estados Unidos de América. Militarista, en cambio, ha sido Alemania. Las armas son la materia del militarismo, pero lo que excita su uso es el ánimo belicoso.
La equívoca opinión de Tertrais, expresada con neutralidad científica, recuerda a la correlación inexorable establecida por Guglielmo Ferrero poco después de la guerra hispano-yanqui de 1898: los países democráticos tienen una guerra fresca y alegre, mientras que los países autocráticos la tienen triste. Ferrero no solo pretende explicar así la victoria fulminante de los Estados Unidos y la derrota de España, sino también justificarla como algo acorde con el siglo.
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