Hace unos años, lo he recordado ahora al leer las dos menciones de Gabriel Miró que registra Razón Española 172, la de Dalmacio Negro (p. 133) y la de P. C. González Cuevas (p. 207), me produjo una inmensa tristeza encontrar en La Verdad la hiriente columna de un escritor subvencionado, dardo contra el maestro nacional que le desasnó a él.
A RCG, sobrino de la inolvidable bibliotecaria de mi pueblo, "emprendedora cultural" formada por la Sección Femenina de FET y de las JONS, le parecía que Don Antonio, el maestro más joven de España, influido (creo que sin ser consciente de ello) por el ideario de la Institución Libre de Enseñanza, titulado en las postrimerías de la Restauración, abogado, señor de orden y corresponsal periodístico que firmaba las crónicas con el acróstico de su nombre (ANCASÁN), era un Menéndez Pidal de pueblo, un hombre orquesta. El entonces joven escritor y conferenciante RCG prefería a Camilo José Cela. Según su manía literaria, cualquiera desmerecía expuesto al sol de Iria Flavia.
No me gustan los juicios rápidos, generalmente superficiales e inclementes, pero creo que hay que compadecerse de los jueces sumarios. En otro caso, ¿qué sería de nosotros, de cada uno?
Tengo de aquel maestro nacional, más que deudas, pues se jubiló antes de la muerte de Franco y no pudo darme clase, un recuerdo indeleble.
Mi madre, muy preocupada por hacernos hombres de provecho a mis hermanos y a mi llevándonos a "clases de máquina", actividad decana de las extraescolares, y discreta admiradora de la autoridad del espíritu, sople donde sople (en el colegio, en el periódico o en el taller de pintura), me mandó un día, tal vez en 1982, a la casa de Don Antonio, con el modesto fin de que me diera algún consejo que me sirviera de estímulo.
Cano Sánchez era un hombre de voz y ademanes autoritarios que, sin embargo, se volvían afables cuando se trataba de enseñar. (En mi pueblo bereber los patricios tienen apellidos, reservándose los apodos para los menestrales). Es posible, volviendo a las 5 de la tarde de un día del 82, que me desgranara su currículum, pero no lo recuerdo. Si lo hizo, que puede ser, se lo agradezco, pues hay que enseñar también que una lámpara no se enciende para ponerla luego debajo del celemín.
De aquella visita literaria fulge en mi recuerdo su recomendación:
Tienes que leer al Maestro. Nosotros le llamamos El Maestro. Gabriel Miró.
No me gustan los juicios rápidos, generalmente superficiales e inclementes, pero creo que hay que compadecerse de los jueces sumarios. En otro caso, ¿qué sería de nosotros, de cada uno?
Tengo de aquel maestro nacional, más que deudas, pues se jubiló antes de la muerte de Franco y no pudo darme clase, un recuerdo indeleble.
Mi madre, muy preocupada por hacernos hombres de provecho a mis hermanos y a mi llevándonos a "clases de máquina", actividad decana de las extraescolares, y discreta admiradora de la autoridad del espíritu, sople donde sople (en el colegio, en el periódico o en el taller de pintura), me mandó un día, tal vez en 1982, a la casa de Don Antonio, con el modesto fin de que me diera algún consejo que me sirviera de estímulo.
Cano Sánchez era un hombre de voz y ademanes autoritarios que, sin embargo, se volvían afables cuando se trataba de enseñar. (En mi pueblo bereber los patricios tienen apellidos, reservándose los apodos para los menestrales). Es posible, volviendo a las 5 de la tarde de un día del 82, que me desgranara su currículum, pero no lo recuerdo. Si lo hizo, que puede ser, se lo agradezco, pues hay que enseñar también que una lámpara no se enciende para ponerla luego debajo del celemín.
De aquella visita literaria fulge en mi recuerdo su recomendación:
Tienes que leer al Maestro. Nosotros le llamamos El Maestro. Gabriel Miró.
1 comentario:
Es fúlgido. Gracias por compartirlo que no se dio para ponerlo debajo del celemín.
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