NPS leía a Eugenio d'Ors, a Gregorio Marañón y a Ortega y Gasset. Juan Valera, Leopoldo Alas, Ganivet. Le interesaba Pedro Antonio de Alarcón. Gómez de la Serna, "cuyo nombre preclaro no necesita de adjetivos encomiásticos". Le entusiasmaban las novelas (y el teatro) con trasfondo forense. Casi toda la novela española de la postguerra le parecía deprimente: no la cambiaba por Peñas arriba, Pepita Jiménez o La Hermana San Sulpicio, "obras alentadoras y optimistas". Entre los extranjeros admiraba a Walter Scott y ciertas novelas de Charles Dickens, en lo que se le notaba a Don Nicolás que tenía algo de los Gentelmen de antes de la Gran Guerra. Wilde y Proust tenían un "fondo nauseabundo y deletéreo" que no podía sufrir.
El constitucionalista ceutí tenía también sus poetas manibus: JRJ, inspirador de su personalísmo género divagatorio, los vilanos, y sobre todos, el silvano extremeño Gabriel y Galán, con su "olor sano a romero, tomillo, cantueso, salvia y mejorana".
Y una poética, calcada sobre el canon del "poeta grande y sano que se llamó Gabriel y Galán", fundada sobre dos preceptos:
Primero. Hay una poesía de campo y otra de clínica o sanatorio, con tufo de iodoformo o de éter.
Segundo. La inspiración poética es a veces tímida y parca [...]: el humilde escape de un cauchil mal ajustado.
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