En el ecuador de mi sabático en Pamplona he querido dedicar un buen rato al libro de Rafael Alvira sobre la Filosofía de la vida cotidiana. La familia y por tanto la casa, es el lugar al que se vuelve. Es espacio espiritualizado.
Le doy vueltas a esa verdad profunda que se encarna en la morada humana. Tal vez porque desde noviembre del año pasado he habitado muchas casas, ninguna de las cuales ha sido el lugar entrañable donde siempre nos esperan, sino estación de paso, cómodo asilo. [Yolanda, que se quedó de retén en Cartagena, me da por fin hoy las buenas noticias: las obras ha nterminado, de modo qjue nuestras peregrinaciones domésticas tienen ya terminus ad quem.]
Buscando algún dato de López-Amo llego al tomo II de la biografía de San Josemaría de Vázquez de Prada. Nombres conocidos en los retiros valencianos de junio y septiembre de 1939, pero ni rastro del joven Ángel. No me dan el tiempo (tampoco la paciencia) para seguir leyendo esas páginas. Sí, en cambio, la breve biografía de Miguel Dolz, nada problemática, según género literario, salvo en las alusiones finales a los sufrimientos del santo por la Iglesia. Hay tres sermones de los años 70, tal vez agotados, en los que debe estar el poso de ese sufrimiento.
La efusión lectora, algo dispersa lo que va de semana, termina por hoy con el relato de la conversión de Manuel García Morente: El Hecho extraordinario. Todas las páginas son de una densidad y una sencillez admirables: desde su desvanecimiento en el Rectorado de la Universidad de Madrid, cuando le anuncian por teléfono el asesinato de su yerno (un ingeniero de 29 años y padre de dos niños) en Toledo, hasta su "segunda comunión", recibida del Obispo de Tuy después de la Guerra. A su experiencia de Cristo sine corpore interposito, una percepción sin sensación, la noche del 29 al 30 de marzo de 1937, le cuadra bien la donosa expresión de Santa Teresa de Ávila: una noticia del alma.
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