Siguiendo los pasos de Ángel López-Amo por Valencia y Madrid los meses posteriores a la Guerra civil, me asomo a los recuerdos de José Orlandis en Años de juventud en el Opus Dei. Sólo había leído de estas memorias unas pocas páginas relativas a las oposiciones de Derecho político de 1942, cuyo resultado, por cierto, explica con sencillez y veracidad el padre Orlandis: el presidente del tribunal, Ruiz del Castillo, se inclinó por opositores neutrales, Luis Sánchez Agesta e Ignacio Mª de Lojendio, frente a los "candidatos" monárquico, Eugenio Vegas, falangista, Javier Conde, y tradicionalista, Francisco Elías de Tejada.
López-Amo se asoma lo justo en estas páginas para que no se pierdan del todo en el aire los pocos hilos de su vida que, a los 55 años de su muerte, le dan aún consistencia al recuerdo de su obra. En ella se cuenta La monarquía de la reforma social, un libro político al que hubo que disimularle el título en la camisa y del que decía Federico Suárez que era uno de los más importantes escritos en España desde principios del siglo XIX. Gonzalo Fernández de la Mora era de la misma opinión, aunque reducía el término de la comparación reconociendo su neta superioridad a partir de Donoso Cortés.
Pero no son estas certezas las que me interpelan en esta hora de los aperitivos, otra vez, por unos días, lejos de mi mujer y mis hijas.
Dice Orlandis que uno de los juristas afines a la Escuela histórica jurídica de Hinojosa era Nicolás Pérez Serrano, catedrático de Derecho político y primer connstitucionalista español. De Pérez Serrano he admirado siempre su estilo conciso, sus grandes dotes para el Derecho público y su espíritu crítico. También su convencimiento de que la misión del juspublicista es servir al Estado. Por convicción moral y por imperativo deontológico.
Dice Orlandis que uno de los juristas afines a la Escuela histórica jurídica de Hinojosa era Nicolás Pérez Serrano, catedrático de Derecho político y primer connstitucionalista español. De Pérez Serrano he admirado siempre su estilo conciso, sus grandes dotes para el Derecho público y su espíritu crítico. También su convencimiento de que la misión del juspublicista es servir al Estado. Por convicción moral y por imperativo deontológico.
Cómo se ha hecho de Pérez Serrano el prototipo de un liberal de izquierdas no se me alcanza. Algo habrá tenido que ver en ello la edición hace años de sus obras selectas, en dos tomos, por el Instituto de la Administración Local. También el concurrente interés del neoconstitucionalismo de 1978 en reclamar la herencia de 1931... aunque para ello haya tenido que echarse mano de uno de los más consistentes y finos críticos del desastre técnico que fue la constitución republicana. Aumenta mi certeza de la burda manipulación de la memoria de don Nicolás cuando leo en los recuerdos juveniles de Orlandis lo siguiente. Fallecido el rey Alfonso XIII en Roma, muchos balcones de Madrid exhibieron crespones negros. Así amaneció Madrid el 29 de febrero de 1941, al día siguiente de conocerse la noticia:
Con Madrid vestido de luto, escribe Orlandis, hube de acudir al domicilio de Pérez Serrano, en la calle de Génova, para recabar su consejo sobre algún trabajo que llevaba entre manos. Me encontré la casa con colgaduras fúnebres en los balcones y recuerdo la sincera emoción con que me habló de la muerte del rey [pág. 144.]
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