La monarquía social y representativa en el pensamiento tradicional (Rialp 1954), de Rafael Gambra, es un libro de prosa e ideas luminosas. Su intención es transparente ya desde el título, elegido con mucha intención para puntualizar la posición del tradicionalismo (carlista) con respecto a La monarquía de la reforma social, de Ángel López-Amo, entusiasta de Lorenz von Stein, a quien los tradicionalistas consideran un facilitador de la tarea destructiva de Marx. Una tesis muy parecida se encuentra en el epílogo del Marqués de Valdeiglesias a Escritos sobre la instauración monárquica (Rialp 1955), que recoge los editoriales del diario La Época, redactados por él mismo, Eugenio Vegas y Jorgen Vigón, entre noviembre de 1933 y el 12 de julio de 1936.
La doctrina tradicionalista sobre el poder real, que es la tradicional española, no pierde su interés, sino que lo acrece, en una época en la que los mayores peligros para las libertades de los individuos y los grupos y asociaciones (naturales o artificiales) que los amparan vienen precisamente de la versión despótica de la democracia. La única posible de ese régimen según el pensamiento tradicionalista.
Al lado del sargento Hugo Chávez Frías, caudillo bolivariano, Luis XIV, dominus ab legibus solutus, representaría el papel de un modesto alcalde de pueblo, temeroso de Dios, del recurso contencioso-administrativo y del Alcubilla.
Aún así, recordar ahora que un dolor de barriga puede llevarse al otro barrio a Chávez y que su fin es tapar, con el barro, un agujero en el suelo tropical, sirve para demostrar que todas las doctrinas del poder absoluto son siempre autocontradictorias. Que se refuten a sí mismas es tan sólo cuestión de tiempo.