lunes, 27 de junio de 2011

Despotismo democrático y peritonitis

La monarquía social y representativa en el pensamiento tradicional (Rialp 1954), de Rafael Gambra, es un libro de prosa e ideas luminosas. Su intención es transparente ya desde el título, elegido con mucha intención para puntualizar la posición del tradicionalismo (carlista) con respecto a La monarquía de la reforma social, de Ángel López-Amo, entusiasta de Lorenz von Stein, a quien los tradicionalistas consideran un facilitador de la tarea destructiva de Marx. Una tesis muy parecida se encuentra en el epílogo del Marqués de Valdeiglesias a Escritos sobre la instauración monárquica (Rialp 1955), que recoge los editoriales del diario La Época, redactados por él mismo, Eugenio Vegas y Jorgen Vigón, entre noviembre de 1933 y el 12 de julio de 1936.

La doctrina tradicionalista sobre el poder real, que es la tradicional española, no pierde su interés, sino que lo acrece, en una época en la que los mayores peligros para las libertades de los individuos y los grupos y asociaciones (naturales o artificiales) que los amparan vienen precisamente de la versión despótica de la democracia. La única posible de ese régimen según el pensamiento tradicionalista.

Al lado del sargento Hugo Chávez Frías, caudillo bolivariano, Luis XIV, dominus ab legibus solutus, representaría el papel de un modesto alcalde de pueblo, temeroso de Dios, del recurso contencioso-administrativo y del Alcubilla.

Aún así, recordar ahora que un dolor de barriga puede llevarse al otro barrio a Chávez y que su fin es tapar, con el barro, un agujero en el suelo tropical, sirve para demostrar que todas las doctrinas del poder absoluto son siempre autocontradictorias. Que se refuten a sí mismas es tan sólo cuestión de tiempo.

domingo, 19 de junio de 2011

Dos libros monárquicos

El Conde de Ruiseñada prologó y pagó de su pecunio Monarquía, de Sir Charles Petrie. Regaló la edición a los propagandistas de la monarquía tradicional de Acción Española. No puedo asegurarlo, pero fue tal vez Eugenio Vegas el traductor de la obra publicada en inglés (Monarchy) dos años antes, en 1932. Más seguro estoy de su capacidad de convicción, pues consiguió que el Conde accediera a gastarse un buen dinero en la operación ruinosa de mandar imprimir un libro.

Sir Charles Petrie no se paró en barras al expresar su admiración por Mussolini, la figura más grande del siglo XX, no por casualidad un monárquico convencido. En contraste con su personalidad, al autor le parecen poca cosas los caudillos republicanos, tan pequeñoburgueses, producto de esa clase social "mezquina":

A hombres que sólo estarían a sus anchas pesando una onza de queso o midiendo un litro de vino se les requiere para decidir sobre los problemas del valle del Danubio o las intrincadas cuestiones entre la plata y el oro.

Después de la Guerra, ese monumento del pensamiento conservador que es la Biblioteca del Pensamiento Actual publicó en 1956 un nuevo libro de Sir Charles Petrie: La monarquía del siglo XX. Le puso prólogo a la traducción de Carmen Gutiérrez (mujer del filósofo Rafael Gambra) todo un carácter: el General Jorge Vigón. Menos contundente este libro (Monarchy in the Twentieth Century) que el anterior, pues resulta más moderado en fondo y expresión, se agradece sin embargo la dolora del General Vigón.

Despúes de una irónica finta: puesto que el Estado es una creación de la sociedad, en el orden puramente teórico de las cosas lógicas, sería preciso resolver el problema social, para que, luego, la sociedad constituida resolviese el problema político, la conclusión socarrona y cuartelera del oficial ilustrado: notoriamente esto no es posible, claro está, porque no hay sociedad.

Haya más o menos sociedad, viene a decir Vigón, en España no arde más cera de legitimidad que la del 18 de julio. Por eso le molesta que quienes no estuvieron allí, manifiesten un decidido empeño en aleccionarnos acerca del contenido ideológico de aquella fecha.

El dardo apunta, como tantas veces, a Don Pedro Laín y a aquellos arrogantes intelectuales que creen que unas cuartillas suyas publicadas en cualquier revista con algún empaque tipográfico le dan más derecho a opinar que si hubiera ganado el sólo la batalla del Ebro.

sábado, 18 de junio de 2011

Sobresalto

Todos esos libros por cuyo lado paso cada día, Rethinking evidence, Derecho agrario y varios miles más, se preguntan hoy sábado, en la solitaria biblioteca, si mereció la pena. Les oigo y sin saber cómo me siento interpelado.

¿Para qué buscarle culpables a la cosa? Ahora soy complice de la tragedia de mis propios libros.

jueves, 16 de junio de 2011

Noticias del alma

En el ecuador de mi sabático en Pamplona he querido dedicar un buen rato al libro de Rafael Alvira sobre la Filosofía de la vida cotidiana. La familia y por tanto la casa, es el lugar al que se vuelve. Es espacio espiritualizado. 

Le doy vueltas a esa verdad profunda que se encarna en la morada humana. Tal vez porque desde noviembre del año pasado he habitado muchas casas, ninguna de las cuales ha sido el lugar entrañable donde siempre nos esperan, sino estación de paso, cómodo asilo. [Yolanda, que se quedó de retén en Cartagena, me da  por fin hoy las buenas noticias: las obras ha nterminado, de modo qjue nuestras peregrinaciones domésticas tienen ya terminus ad quem.]

Buscando algún dato de López-Amo llego al tomo II de la  biografía de San Josemaría de Vázquez de Prada. Nombres conocidos en los retiros valencianos de junio y septiembre de 1939, pero ni rastro del joven Ángel. No me dan el tiempo (tampoco la paciencia) para seguir leyendo esas páginas. Sí, en cambio, la breve biografía de Miguel Dolz, nada problemática, según género literario, salvo en las alusiones finales a los sufrimientos del santo por la Iglesia. Hay tres sermones de los años 70, tal vez agotados, en los que debe estar el poso de ese sufrimiento.

La efusión lectora, algo dispersa lo que va de semana, termina por hoy con el relato de la conversión de Manuel García Morente: El Hecho extraordinario. Todas las páginas son de una densidad y una sencillez admirables: desde su desvanecimiento en el Rectorado de la Universidad de Madrid, cuando le anuncian por teléfono el asesinato de su yerno (un ingeniero de 29 años y padre de dos niños) en Toledo, hasta su "segunda comunión", recibida del Obispo de Tuy después de la Guerra. A su experiencia de Cristo sine corpore interposito, una percepción sin sensación, la noche del 29 al 30 de marzo de 1937, le cuadra bien la donosa expresión de Santa Teresa de Ávila: una noticia del alma.

miércoles, 15 de junio de 2011

Une banalité supérieure

La época de las revoluciones concluyó hace tiempo. El término varía 100 o 150 años según se lea la tesis en Saint Simon o en Calvo Serer, pero el hecho en si se ha convertido en una verdad inatacable.

No cabe esperar mucho de los movimientos que se presentan como una revolución, como un "aldabonazo", así de rotundo se dice, para despertar las conciencias. Sobre esto hay muchas opiniones concordantes en lo esencial, pero creo que muy pocos han diagnosticado la situación con la finura de López-Amo:

Han terminado las revoluciones, no porque hayan terminado las injusticias, dice en su conferencia dictada en 1956 en el Estudio General de Navarra, siguiendo la opinión de Donoso Cortés.

Han terminado las revoluciones, concluye ya por su propia cuenta, sencillamente porque han terminado las aristocracias que saben hacerlas.

Se trata de una banalidad superior: no hay ya revolución posible porque la gente, -el Tercer estado, el pueblo, los intelectuales...- no sabe ya cómo hacerla.

martes, 14 de junio de 2011

Monarquismo

Un aforismo espigado en los papeles de Ángel López-Amo:

No es lo mismo defender al rey que defender los propios intereses. A aquel se le abandona, éstos se defienden con los dientes.

Por eso tal vez no es lo mismo ser monárquico que monarquista. El monárquico no es que trate muy bien a los reyes, pero al menos no explota económicamente a la realeza, único designio del monarquista. Lo había visto también muy claro Gómez Dávila.

En este, que actualiza el pensamiento clásico español sobre el origen del poder, epitoma su doctrina:

El poder viene de arriba, pero viene también de antes.

lunes, 13 de junio de 2011

Esclavitud moral

La democracia individualista requiere que una clase homogénea domine y las otras le sirvan[; así pues,] en la democracia moderna hay una servidumbre de la masa. Mas como se ha proclamado su libertad, la servidumbre no es jurídica; es una servidumbre moral realizada por estos tres poderosos instrumentos: el dinero, los partidos políticos y organizaciones obreras y la enseñanza.

Tal vez no haga falta repetirlo: el pueblo español, formalmente libre, padece la peor de las servidumbres, la moral. Para ello se han conjurado el dinero, los partidos y sindicatos, y la enseñanza pública. Lo decía López-Amo en 1952: La monarquía de la reforma social, p.137.

Sin negarle clarividencia al autor, la  cosa debía estar bastante clara entonces: hay regímenes que faltos de legitimidad únicamente pueden apoyarse en la esclavitud moral de los ciudadanos.

Reivindicación social invertida

Ángel López-Amo, el escritor político nacido en Alicante en 1917 y muerto en accidente de tráfico en Washington en 1956, dejó en este mundo unos pocos libros y artículos.

Decía López Rodó en sus Memorias que la doctrina de La monarquía de la reforma social, por el que le dieron a López-Amo el Premio Nacional de Literatura Francisco Franco en 1952, influyó mucho en él y en otros compañeros y colegas de generación. Además de este libro, el más conocido de los suyos, publicó otros (generalmente breves) sobre el  principio aristocrático, la revolución o la radical ilegitimidad política de nuestro tiempo. Las cartas políticas dirigidas a su pupilo, el príncipe D. Juan Carlos, hicieron revivir en nuestro país el viejo género de los Espejos.

He podido leer estos días media docena de artículos de su autoría, breves pero nada superficiales, publicados en La actualidad española, complemento para la divulgación de las ideas monárquicas de Nuestro tiempo. Se abunda en ellos en la defensa del principio aristocrático y se denuncia la perversa rebelión de las élites muchos años antes de que lo hicer Christopher Lasch.

Para su primera colaboración, en el número 1 (12.I.1952), mandó el texto "Huelga de archiduques". Fustiga en él la "reivindicación social invertida" de los privilegiados que reclaman la igualdad con respecto a los demás hombres: "la atenuación de sus onerosos privilegios, para poder sumergirse en las irresponsabilidades de la vida vulgar". Semejante conclusión venía prendida en un sucedido de los buenos tiempos del emperador Francisco José, a cuyas barbas se habían querido subir los miembros jóvenes de la familia al reclamar la liberación del estricto protocolo y servidumbres impuestos por el Viejo.

La huelga de archiduques, incluso de príncipes, es hoy la renuncia total y sin justa causa de quienes repudian al por mayor todas sus obligaciones y responsabilidades sociales. Miedo a servir. Indocilidad.

sábado, 11 de junio de 2011

Certezas

Siguiendo los pasos de Ángel López-Amo por Valencia y Madrid los meses posteriores a la Guerra civil, me asomo a los recuerdos de José Orlandis en Años de juventud en el Opus Dei. Sólo había leído de estas memorias unas pocas páginas relativas a las oposiciones de Derecho político de 1942, cuyo resultado, por cierto, explica con sencillez y veracidad el padre Orlandis: el presidente del tribunal, Ruiz del Castillo, se inclinó por opositores neutrales, Luis Sánchez Agesta e Ignacio Mª de Lojendio, frente a los "candidatos" monárquico, Eugenio Vegas, falangista, Javier Conde, y tradicionalista, Francisco Elías de Tejada.

López-Amo se asoma lo justo en estas páginas para que no se pierdan del todo en el aire los pocos hilos de su vida que, a los 55 años de su muerte, le dan aún consistencia al recuerdo de su obra.  En ella se cuenta La monarquía de la reforma social, un libro político al que hubo que disimularle el título en la camisa y del que decía Federico Suárez que era uno de los más importantes escritos en España desde principios del siglo XIX. Gonzalo Fernández de la Mora era de la misma opinión, aunque reducía el término de la comparación reconociendo su neta superioridad a partir de Donoso Cortés.

Pero no son estas certezas las que me interpelan en esta hora de los aperitivos, otra vez, por unos días, lejos de mi mujer y mis hijas.

Dice Orlandis que uno de los juristas afines a la Escuela histórica jurídica de Hinojosa era Nicolás Pérez Serrano, catedrático de Derecho político y primer connstitucionalista español. De Pérez Serrano he admirado siempre su estilo conciso, sus grandes dotes para el Derecho público y su espíritu crítico. También su convencimiento de que la misión del juspublicista es servir al Estado. Por convicción moral y por imperativo deontológico. 

Cómo se ha hecho de Pérez Serrano el prototipo de un liberal de izquierdas no se me alcanza. Algo habrá tenido que ver en ello la edición hace años de sus obras selectas, en dos tomos, por el Instituto de la Administración Local. También el concurrente interés del neoconstitucionalismo de 1978 en reclamar la herencia de 1931... aunque para ello haya tenido que echarse mano de uno de los más consistentes y finos críticos del desastre técnico que fue la constitución republicana. Aumenta mi certeza de la burda manipulación de la memoria de don Nicolás cuando leo en los recuerdos juveniles de Orlandis lo siguiente. Fallecido el rey Alfonso XIII en Roma, muchos balcones de Madrid exhibieron crespones negros. Así amaneció Madrid el 29 de febrero de 1941, al día siguiente de conocerse la noticia:

Con Madrid vestido de luto, escribe Orlandis, hube de acudir al domicilio de Pérez Serrano, en la calle de Génova, para recabar su consejo sobre algún trabajo que llevaba entre manos. Me encontré la casa con colgaduras fúnebres en los balcones y recuerdo la sincera emoción con que me habló de la muerte del rey [pág. 144.]

jueves, 9 de junio de 2011

De un exordio a otro

Hace unos días terminé el estudio introductorio que acompañará una nueva edición, la tercera (o cuarta si se cuenta también la reimpresión de la primera), del precioso discurso El hombre, animal político, de Javier Conde ("F. J. Conde" en el corrosivo y cianótico capítulo 1 de La fea burguesía, de M. E.) Antes de volver a la faena, bella ma incomoda, como la guerra, hice acopio de un puñado de libros en Gómez y Troa. 

Uno de R. Alvira sobre la familia, El lugar al que se vuelve (Rialp). Leerlo es oír hablar y discurrir a su autor -lo que raramente me sucede con un libro. 

Otro de R. Hidalgo Navarro sobre Julian Marías. Retrato de un filósofo enamorado (Rialp). También me ha gustado. Me ha traído el rumor de unos meses muy felices en los que, entre otras cosas, anudaba, una con otra, la lectura de todos los libros de Marías que me caían en las manos. Asistí a dos conferencias suyas: una en el Instituto de España, sobre el amor, y otra en Murcia, en un ciclo sobre el 98. Buscaba con ahínco un autógrafo suyo en mi ejemplar de La estructura social, pero por esas cosas nimias que de vez en cuando nos suceden me quedé sin él. Cuántas veces me he acordado de la herradura perdida del caballo que desbarató los planes del caballero, que perdió así la batalla y la guerra. El libro de Hidalgo Navarro evoca los amores de Marías: la universidad, los maestros, Lolita, la patria, su credo católico. Me disgusta sin embargo que quien, como el autor, no juzga a los dos amigos que traicionaron al filósofo, sea tan escrupuloso con Gonzalo Fernández de la Mora por sus críticas a Ortega... Yo creo que se le puede perdonar a un joven de 25 años, lector de don José, que le pregunte al maestro: "¿Para cuando su gran obra sobre la razón histórica que todos esperamos?"

Aunque empezamos mal, terminamos amigos Esparza y yo. No está mal su Juicio a Franco (Libros Libres), salvo el título por lo que tiene de reclamo mercantil. Los primeros capítulos son prescindibles, como el epílogo con una conversación con Pío Moa, pero los que dedica a las "figuras" del soldado, el misionero y el desarrollista tienen su interés para interpretar el régimen de Franco. Otro capítulo se dedica a Franco como "centro inmóvil", tal vez las únicas páginas que justifican el título de un libro dedicado, en realidad, al franquismo y a la polémica sobre la memoria histórica.

Bien Mil de mil (Pre-Textos), de A. Trapiello, que todavía no había leído.

Amenas las memorias de guerra de Javier Nagore Yárnoz: Luchábamos sin odio (Áltera). Bien el prólogo de P. Tamburri y mal los dos prólogos de las ediciones anteriores, que el editor no ha incluido y, se diga lo que diga en ellos, se echan de menos. A ratos aparece la guerra fresca y en mangas de camisa, como escrita por un García Serrano aspirante a un puesto de registrador o notario en un pueblo próspero de la Ribera. Aquí y allá, entre pepinazos, chaqueteos y paqueos, salpican la guerra las lecturas de Epicteto, Shakespeare, ¡Remarque! Y la alumbran también, por qué no, la incineración de una completa biblioteca de libros pornográficos ricamente encuadernados. Nagore, que no da más datos, no fue el incendiario, pero hay que agradecerle la estampa.

Tengo que acudir ya a mi cita con Ángel López Amo, y su doctrina de la restauración monárquica. Me pesa pero debo dejar a medias por unos días la Caza Mayor de Aquilino Duque.