[En un ameno correo que me aconseja los pintxos de Letyana, me confía un amigo, además, este presentimiento: "Mucho me temo que seré recordado en el futuro como uno de los raros intelectuales ágrafos de la Universidad española de nuestros días".]
Ahora pienso que, en la Universidad española, maestros, socráticos y ágrafos le han dado forma, durante mucho tiempo, a un arquetipo único. Lo que no quiere decir, que quede claro, que todos los maestros sean socráticos y ágrafos. Los ha habido y los hay también grafómanos y, aunque en menor proporción, también polígrafos.
Tiene nuestra Universidad grandes ágrafos. En los sectores de mi curiosidad tengo catalogados, con un sucinto anecdotario, a tres de ellos: el maestro Manuel Pedroso, catedrático de Derecho político en Sevilla hasta el exilio republicano, y su sucesor, en la misma sede, Ignacio María de Lojendio, y Antonio de Luna, catedrático de Derecho Internacional en la Central. La obra de estos universitarios ha sido su cátedra. Que nadie la busque en los repertorios bibliográficos de su especialidad. La conversación con los discípulos; incluso su mera presencia, esporádica, en su mesa de trabajo o en la biblioteca es lo que se recuerda de ellos.
El correo de mi buen amigo, profesor en una Universidad privada, me hace caer en la cuenta de que este arquetipo, sociológico, pero también moral, ha sido proscrito en el alma mater, laminado con saña por las últimas reformas. Pues la carrera administrativa de un profesor depende imperativamente hoy de publicar e investigar mucho, aunque no se sepa por qué ni para qué.
El correo de mi buen amigo, profesor en una Universidad privada, me hace caer en la cuenta de que este arquetipo, sociológico, pero también moral, ha sido proscrito en el alma mater, laminado con saña por las últimas reformas. Pues la carrera administrativa de un profesor depende imperativamente hoy de publicar e investigar mucho, aunque no se sepa por qué ni para qué.
El verdadero mérito lo tienen hoy aquellos colegas que apenas se prodigan; idealmente y a fortiori los profesores inéditos. En ellos hay que confiar para resucitar la Universidad cuando caduque el papanatismo y pase con él toda esta inflación de revistas, prestigios, refereers e índices de impacto.
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