Recibí por Pascua el número 13 de la revista colombiana Co-herencia.
La abre un pequeño ensayo de Alberto Buela sobre "El filósofo como intelectual público". Me interesa al menos para conocer quienes son los amigos del autor (él los llama "genuinos intelectuales públicos en el mundo" y una cosa no quita la otra). Entre los españoles y americanos me agrada encontrar también a algunos de mis amigos, conocidos y saludados: Fernández de la Mora, Aquilino Duque, Luis María Bandieri y González Arzac.
Pero lo que verdaderamente me reclama es un nuevo estudio de Luis Oro Tapia sobre el realismo político. A Lucho le invité a dar una conferencia en Murcia sobre la zorra y el león (siempre el realismo político) e hizo buenas migas con el romanista Jesús Burillo, que me sigue preguntado por el "Araucano".
De Oro Tapia he leído varios libros y ensayos sobre nuestro tema común, sobre el que tan difícil resulta decir algo que no sea un lugar común. En "Visión de la naturaleza humana desde el realismo político" se ocupa de Hobbes y su acertado diagnóstico de la propensión del hombre a la violencia, "corroborado por la antropología empírica", pero lo más interesante viene en la segunda parte de su artículo, pues afirma que el realismo político "tiene una concepción trágica de la naturaleza humana" y así mismo que el hombre no es un ser plenamente racional. De propina otro nombre para mi relación de realistas políticos: Herbert Butterfield.
Aunque suscribo los apuntes de Oro Tapia, veo cada vez más clara la banalidad superior de mi epigrama favorito, que me inspira Paine: el realismo político es la imaginación del desastre. Que se explica mejor por este otro, que me sopla Ferrari: al realismo político se llega por la vía del dolor.
Preguntado Julien Freund por las perspectivas históricas y políticas de Europa, respondía, parapetado en la botella de Pinot noir que compartía con Günter Maschke: Le futur! Le futur ce sont les massacres! Donoso Cortés, otro imaginativo del caos, no lo habría expresado mejor.
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