Gonzalez Arzac es un realista político. No tiene el complejo del liberal. Tampoco el del constitucionalista. En su libro Caudillos y constituciones, que me envía Leopoldo Frenkel desde Mar del Plata, se reivindica la singularidad de la historia constitucional de cada nación. La de Argentina, hasta la imitación del modelo constitucional norteamericano en la carta de 1853 (buen ejemplo de lo que Fernández-Carvajal llamó pseudomorfismo constitucional), es una historia de caudillos provinciales que dan (otorgan) su constitución a la región de la que son carismáticos representantes.
Caudillo, dictador, tirano, fundador, padre de la patria mientan la misma cosa política. Según, naturalmente, las circunstancias. El tirano, lo explicaba muy bien Miglio, no es el déspota del que habla Montesquieu.
Repasa González Arzac el "pensamiento constitucional" de próceres argentinos como Juan Manuel de Rosas, que a mi me parece el más admirable de todos. Pero el asunto da para mucho. Ahí está Idées constitutionnelles du Général De Gaulle, de Jean Louis Debré, un tomazo de 1974 que visité la semana pasada. Por qué no unas Ideas constitucionales del General Franco. A fin de cuentas, como decía Gracián que exclamaba Felipe II al contemplar la efigie de su agüelo Fernando El Católico: A ese se lo debemos todo.
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