"Pierdo mi tiempo y gano mi espacio" es una reflexión de Carl Schmitt que siempre he recordado en mis luengos viajes en autobús: desde las 23 horas del Buenos Aires-Santiago de Chile de diciembre de 2006 (inolvidable el paso de la frontera en los Andes), hasta las 11 horas gastadas hace unos días para alcanzar Pamplona desde Cartagena.
Comparado con el tren, que sigue siendo una democracia con pujos intelectuales y aristocráticos, como hubiese querido ser la II República, el autobús es una democracia populista: chavismo, melting pot y clases pasivas. Pero me gusta viajar en autobús, quiero aclararlo: como solía decir Heidegger para explicar lo suyo, ich komme [auch] aus Bauern!
El sentimiento de pérdida se atenúa en estos viajes con un libro en las manos. El último de los míos ha sido la ocasión para leer Hasta la cumbre, del sacerdote Pablo Domínguez Prieto, y Caudillos y constituciones, del jurista político argentino Alberto González Arzac.
Hasta la cumbre es la predicación de unos ejercicios espirituales para las monjas del monasterio cisterciense de Tulebras (Navarra). Es un libro de esperanza con una dura y hermosa lección para un cristiano. Hay en él dos comentarios profanos en los que me detuve entre Gandía y Valencia. Revelan un carácter.
"No siempre uno cae bien" es el primero. Cada uno tiene su humor. Qué se le va a hacer. Así se retrata el autor cuando describe la estupefacción de una comunidad al preguntarle a la hermana que se preparaba para ir de misión a los Grandes Lagos: "¿Quieres la bendición o la unción?". No creo que fuera un desprecio a la vida como creyeron las religiosas, ni siquiera una humorada; sólo humor, buen humor. La cruz de esta moneda se encuentra páginas arriba, cuando el autor retrata con sencillez el carácter de Julián Marías, a quien conocía personalmente: tenía "poco sentido del humor". "Si le decías una cosa en broma te miraba con extrañeza y más valía andarse con tiento" (p. 79). Yo también le conocía, pero por sus libros, más que por sus memorias, que también leí. El autor de Antropología metafísica, es verdad, siempre me pareció un señor demasiado serio, aunque sin llegar a grave. La densidad de página, que tanto encarecía el filósofo madrileño, incluía también una caracteriología. Vaya.