Toda necrología es el paradójico curriculum vitae de un muerto. Este difícil y necesario género literario se resiente por esa peste de las Comisiones Académica Evaluadoras y su regla del último grito. Cuando la necrología se la encargan a un erudito infantil no se ponderan en ella ni la fortaleza moral ni las virtudes patrióticas del colega, ni siquiera si, muerto en la flor de la edad, deja mujer e hijos, sino los kilogramos de publicaciones en revista de impacto.
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