Se esfuma la mañana y se metaboliza la lectura. Sin saber cómo, todas las líneas me llevan al Solitario del Sarre. Hace unos días era el libro de MS, atascado, como la mayoría de socialistas de cátedra, en demostrar si CS era mucho o poco un franquista asaz nazi. Ahora es la grata encomienda de un prefacio para el libro de un amigo porteño sobre la filosofía jurídica y política de otro decisionista, el antiformalista HH. Aquí debajo aparto lo que a ciencia cierta echaré de menos en esas páginas.
Según la nueva edición del Glossarium (Duncker u. Humblot 2015), ahora aumentada, anotada y comentada, imprescindible para los adictos al Viejo de Plettenberg, Don Entiendo se recrea en la lectura de una versión privada de las Radiaciones del Capitán, que el propio Jünger le hace llegar por persona interpuesta. En la entrada del día 14 de diciembre de 1943 menciona EJ en sus diarios de guerra una carta de CS. La carta, según la erudición de Maschkiavelli, está fechada el 28 de noviembre. Se muestra Schmitt en ella muy preocupado por el efecto perturbador que los bombardeos aéreos tienen en la relación de protección y obediencia manifiesto en los sótanos y refugios subterráneos mientras aquellos duran. La minerva (Geist) de su amigo, cautivo ya como Benito Cereno, está dotada como ninguna otra para el concepto. Schmitt, como Rechtswissenschafler, está de acuerdo, aunque pone algún reparo, no sea que el contraste entre la imagen y el concepto que Jünger supone limite el alcance de sus nociones, que si por algo se caracterizan es por la ambigüedad. "Como naturalista que es", se explica Schmitt, "acaso [Jünger] no me entiende del todo".
Del mismo modo, juzga Schmitt en su glosa que Jünger "individualiza óptimamente su situación histórica concreta": klassicher Rechtsdenker. El adjetivo entusiasma al último representante del jus publicum europaeum, pero el nombre no tanto. Schmitt no es teólogo, ni filósofo, si siquiera filósofo del derecho, sino jurista, Jurist. Dice el Capitán que la situación de CS, supeditado al príncipe (er ist der Krone zugeordnet), se vuelve necesariamente incierta cuando circulan las élites y cambian los adelantados del Demos. Agradece Schmitt el diganóstico, jawhol, pero sobre todo la mención de la corona e, implícitamente, la de la legitimidad, pues poco después de la guerra, en 1943 o 1944, él mismo le sugiere a Franco y a Conde instaurar un principado: hagan de España un reino (machen sie eine Krone), única garantía de continuidad para una dictadura.
La rotundidad de ese consejo político llama la atención de Álvaro d'Ors, pues "CS no podía dejar de admitir que la legitimidad del nuevo régimen venía de la victoria bélica de 1939" y no de una restauración monárquica sobrevenida, como luego muchos terminarán aceptando. D'Ors no cree que Schmitt se encontrara con Franco, ni en los años cuarenta ni después; en todo caso, en su relación de las jornadas a España y Portugal de 1943 y 1944, Schmitt, el epimeteo cristiano, no menciona nada al respecto. Acepta d'Ors no obstante que la sugerencia schmittiana interesara a Conde "por el tema de la Corona", pues recuerda "haberle oído, en Madrid, una conferencia sobre ese asunto".
Miguel Saralegui, en su libro reciente, recuerda mi propias dudas acerca del improbable diálogo entre Carl Schmitt y Francisco Franco y se lanza a escribir "la historia de un encuentro que nunca ocurrió". Saralegui sugiere que la confusión puede deberse a las imprecisiones de la edición del Glossarium. Tal vez Schmitt no escribió realmente que se entrevistó con Franco, sino que a través de Conde sus opiniones llegarían a Franco etcétera. Pero sucede con Schmitt que todo en él está muy lejos del misterio, casi todo, menos sus banalidades superiores, resulta cotidano. Recuerdo ahora la prosaica explicación de la divergencia entre La defensa de la constitución y su título original: Der Hüter der Verfassung. No he podido consultar la primera edición del Glossarium, pero me parece que el contenido de esta entrada no se altera en la nueva. Advierto, con todo, que Saralegui (como por lo demás Maschkiavelli, en su traducción comentada de "El Glossarium de Carl Schmitt" de Á. d'Ors) pone en boca de Schmitt machen Sie eine Krone; en la nueva edición, en cambio, reza machen sie eine Krone. No es lo mismo ("instauren una monarquía" o "hagan de su patria un reino"), pero el fondo permanece invariable.
Saralegui asegura que Francisco Franco no concedió una audiencia a Carl Schmitt ("el poderoso no quiso introducir en su círculo a un apestado") y esto le hizo sentir "una profunda decepción", incluso "rencor". La verdad, no sé cómo habrá leído MS la carta que yo traduje no hace tanto para incluirla en Contra el "mito Carl Schmitt". Seguramente, MS sabe alemán mucho mejor que yo, pero creo que su parti pris o la conveniencia de su tesis (brevemente: CS o el franquista antifranquista y vicerversa) le hacen ver en una epístola salpicada con expresiones corteses la "carta agresiva" de un viejo frustrado y "consciente de que, si el encuentro no se produce en 1973, jamás conocería a uno de los más duraderos autócratas del siglo XX". A mí se me ocurren otras razones de más peso para entrevistarse con Franco, empezando por los chascarrillos que el Caudillo le cuenta a su primo, el de la conversaciones privadas... De todas formas, no creo que el sulfuroso Franco, excomulgado por la ONU y severamente amonestado por el sucesor de san Pedro tuviera problemas con el señor Schmitt, paseante de la playa de Barrañán. Franco debía tener una opinión sobre los universitarios muy parecida a la expresada en 1837, delante de Guillermo de Humboldt, por el rey Ernesto Augusto de Hanóver: "Profesores, prostitutas y bailarinas son cosas que siempre pueden comprarse por dinero". Cuando se cansaba de ellos, Franco tenía el buen gusto de no abrirles una mercería, sino que les madaba de embajadores a Taiwán o al Paraguay, lugares remotos en los que como decía Emilio Romero, "las ideas se estrellan en los cócteles".
Pero la prueba definitiva de que Schmitt, como yo, "no conoció a Franco" es una carta de Günther Krauss -"partidario de la pena de muerte, derechista y extravagante": genial descripción que da el tono de la obra; como esta otra, escrita como por quien se acaba de enterar de algo y necesita contarlo: "Rialp: editorial dirigida entonces y hoy por socios del Opus Dei"-. La carta de Krauss, de febrero del 74, nada dice, según MS, sobre la audiencia o la no audiencia de Schmitt al Pardo, pero MS, que la ha leído, presume el mosqueo con su discípulo, "por conseguirla [la audiencia], quizá sin invitarlo [él, Krauss, a Schmitt]".
Y el autor concluye: "Si bien estos testimonios no anulan la posibilidad de que a comienzos de la década de los cuarenta -o incluso más tarde- Schmitt conociera a Franco...". Así todo el libro. Una detrás de otra.
Según la nueva edición del Glossarium (Duncker u. Humblot 2015), ahora aumentada, anotada y comentada, imprescindible para los adictos al Viejo de Plettenberg, Don Entiendo se recrea en la lectura de una versión privada de las Radiaciones del Capitán, que el propio Jünger le hace llegar por persona interpuesta. En la entrada del día 14 de diciembre de 1943 menciona EJ en sus diarios de guerra una carta de CS. La carta, según la erudición de Maschkiavelli, está fechada el 28 de noviembre. Se muestra Schmitt en ella muy preocupado por el efecto perturbador que los bombardeos aéreos tienen en la relación de protección y obediencia manifiesto en los sótanos y refugios subterráneos mientras aquellos duran. La minerva (Geist) de su amigo, cautivo ya como Benito Cereno, está dotada como ninguna otra para el concepto. Schmitt, como Rechtswissenschafler, está de acuerdo, aunque pone algún reparo, no sea que el contraste entre la imagen y el concepto que Jünger supone limite el alcance de sus nociones, que si por algo se caracterizan es por la ambigüedad. "Como naturalista que es", se explica Schmitt, "acaso [Jünger] no me entiende del todo".
Del mismo modo, juzga Schmitt en su glosa que Jünger "individualiza óptimamente su situación histórica concreta": klassicher Rechtsdenker. El adjetivo entusiasma al último representante del jus publicum europaeum, pero el nombre no tanto. Schmitt no es teólogo, ni filósofo, si siquiera filósofo del derecho, sino jurista, Jurist. Dice el Capitán que la situación de CS, supeditado al príncipe (er ist der Krone zugeordnet), se vuelve necesariamente incierta cuando circulan las élites y cambian los adelantados del Demos. Agradece Schmitt el diganóstico, jawhol, pero sobre todo la mención de la corona e, implícitamente, la de la legitimidad, pues poco después de la guerra, en 1943 o 1944, él mismo le sugiere a Franco y a Conde instaurar un principado: hagan de España un reino (machen sie eine Krone), única garantía de continuidad para una dictadura.
La rotundidad de ese consejo político llama la atención de Álvaro d'Ors, pues "CS no podía dejar de admitir que la legitimidad del nuevo régimen venía de la victoria bélica de 1939" y no de una restauración monárquica sobrevenida, como luego muchos terminarán aceptando. D'Ors no cree que Schmitt se encontrara con Franco, ni en los años cuarenta ni después; en todo caso, en su relación de las jornadas a España y Portugal de 1943 y 1944, Schmitt, el epimeteo cristiano, no menciona nada al respecto. Acepta d'Ors no obstante que la sugerencia schmittiana interesara a Conde "por el tema de la Corona", pues recuerda "haberle oído, en Madrid, una conferencia sobre ese asunto".
Miguel Saralegui, en su libro reciente, recuerda mi propias dudas acerca del improbable diálogo entre Carl Schmitt y Francisco Franco y se lanza a escribir "la historia de un encuentro que nunca ocurrió". Saralegui sugiere que la confusión puede deberse a las imprecisiones de la edición del Glossarium. Tal vez Schmitt no escribió realmente que se entrevistó con Franco, sino que a través de Conde sus opiniones llegarían a Franco etcétera. Pero sucede con Schmitt que todo en él está muy lejos del misterio, casi todo, menos sus banalidades superiores, resulta cotidano. Recuerdo ahora la prosaica explicación de la divergencia entre La defensa de la constitución y su título original: Der Hüter der Verfassung. No he podido consultar la primera edición del Glossarium, pero me parece que el contenido de esta entrada no se altera en la nueva. Advierto, con todo, que Saralegui (como por lo demás Maschkiavelli, en su traducción comentada de "El Glossarium de Carl Schmitt" de Á. d'Ors) pone en boca de Schmitt machen Sie eine Krone; en la nueva edición, en cambio, reza machen sie eine Krone. No es lo mismo ("instauren una monarquía" o "hagan de su patria un reino"), pero el fondo permanece invariable.
Saralegui asegura que Francisco Franco no concedió una audiencia a Carl Schmitt ("el poderoso no quiso introducir en su círculo a un apestado") y esto le hizo sentir "una profunda decepción", incluso "rencor". La verdad, no sé cómo habrá leído MS la carta que yo traduje no hace tanto para incluirla en Contra el "mito Carl Schmitt". Seguramente, MS sabe alemán mucho mejor que yo, pero creo que su parti pris o la conveniencia de su tesis (brevemente: CS o el franquista antifranquista y vicerversa) le hacen ver en una epístola salpicada con expresiones corteses la "carta agresiva" de un viejo frustrado y "consciente de que, si el encuentro no se produce en 1973, jamás conocería a uno de los más duraderos autócratas del siglo XX". A mí se me ocurren otras razones de más peso para entrevistarse con Franco, empezando por los chascarrillos que el Caudillo le cuenta a su primo, el de la conversaciones privadas... De todas formas, no creo que el sulfuroso Franco, excomulgado por la ONU y severamente amonestado por el sucesor de san Pedro tuviera problemas con el señor Schmitt, paseante de la playa de Barrañán. Franco debía tener una opinión sobre los universitarios muy parecida a la expresada en 1837, delante de Guillermo de Humboldt, por el rey Ernesto Augusto de Hanóver: "Profesores, prostitutas y bailarinas son cosas que siempre pueden comprarse por dinero". Cuando se cansaba de ellos, Franco tenía el buen gusto de no abrirles una mercería, sino que les madaba de embajadores a Taiwán o al Paraguay, lugares remotos en los que como decía Emilio Romero, "las ideas se estrellan en los cócteles".
Pero la prueba definitiva de que Schmitt, como yo, "no conoció a Franco" es una carta de Günther Krauss -"partidario de la pena de muerte, derechista y extravagante": genial descripción que da el tono de la obra; como esta otra, escrita como por quien se acaba de enterar de algo y necesita contarlo: "Rialp: editorial dirigida entonces y hoy por socios del Opus Dei"-. La carta de Krauss, de febrero del 74, nada dice, según MS, sobre la audiencia o la no audiencia de Schmitt al Pardo, pero MS, que la ha leído, presume el mosqueo con su discípulo, "por conseguirla [la audiencia], quizá sin invitarlo [él, Krauss, a Schmitt]".
Y el autor concluye: "Si bien estos testimonios no anulan la posibilidad de que a comienzos de la década de los cuarenta -o incluso más tarde- Schmitt conociera a Franco...". Así todo el libro. Una detrás de otra.
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