Marylène Patou-Mathis tiene un nombre sofisticado y unos apellidos delatores de su romanticismo científico. Su libro Neanderthal lo he leído de un tirón regresando por tren a Cartagena desde Benicarló, incitado por la filogénesis de la agresividad humana y su misterio.
La señora Patou-Mathis, del CNRS y del Museo de Historia Natural de París, sueña con encontrar a un neandertal en los hielos eternos de glaciaciones remotas y describe con ternura de paleontólogo los enterramientos de aquella humanidad tan distinta a la nuestra, pero humanidad simbólica y locuaz también, como todos los hijos de Dios. A mi, que braceo en el profundo misterio de la rivalidad mimética, me deslumbra su respuesta, acaso inconsciente, al Achever Clausewitz de René Girard.
En su último capítulo, que da mucho más de lo que promete, siendo esto mucho (el encuentro entre neanderthalensis y sapiens), viene a decir o, más bien, vengo yo a leer que Neanderthal desapareció porque "evitó el conflicto" con los hombres modernos, ni más numerosos ni mejor armados que él. "Hubieran podido expulsar de su territorio [Oriente Próximo, Sur de Europa] a los intrusos, pero prefirieron alejarse, tal vez por razones espirituales". Imitadores de Cristo también, señor Girard. Tal vez se extinguió su raza por una crisis demográfica, lo cual sería tautológico, o por haber llegado al límite de su capacidad evolutiva. Si los últimos neandertales desaparecieron en el campo de Gibraltar porque no respondieron a la ascensión a los extremos con el mimetismo negativo, Girard, desvelando la poderosa intuición clausewitziana, a su juicio una fórmula ilustrada que subraya la rivalidad mimética fundadora de la civilización, nos ha colocado a todos entre la espada y la pared.
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