El rapto de Europa se confunde con su violación y la suplantación de su descendencia, pero no es lo mismo.
Cuando Luis Díez del Corral escribió su libro sobre la interpretación histórica de nuestro tiempo: en el fondo, a pesar de sus referencias a la expansión de las naciones ibéricas, se trata más bien de los cincuenta o sesenta años que transcurren desde que empieza de veras la colonización de África hasta el incendio conscientemente descontrolado de la descolonización, corre 1954. No podía saber que dos décadas más tarde, en abril de 1974, el presidente argelino Huari Bumedián profetizaba en la sede las Naciones Unidas que "un día, millones de hombres abandonarán el hemisferio sur y se encaminarán hacia el hemisferio norte. Pero no arribarán como amigos, pues llegarán para conquistarlo. Y lo conquistarán y lo poblarán con sus hijos. El vientre de nuestras mujeres nos dará la victoria". Tal vez se había inspirado en la novela de Jean Raspail, publicada el año anterior.
Para Díez del Corral el rapto tiene su dimensión trágica, desde luego, pero apenas roza el cuerpo de Europa. El resto del mundo, la no-Europa, rapta su espíritu y copia su técnica, pero al precio de la autocolonización, mucho más intensa a partir de los años cincuenta. No podía conocer los designios de Bumedián: consumar la violación de Europa, en alma y cuerpo, y suplantar su descendencia. Es la forma del colonialismo que hoy nos azota y que tanto le cuesta ver a los europeos. Miran pero no ven lo que está pasando.
Lo anticipó durante toda su vida, como un presentimiento funesto, Gaston Bouthoul. La forma superior del imperialismo es la inducida por la superpoblación motorizada de los países del hemisferio sur, particularmente los musulmanes, pues no aspiran solo a conquistar, sino a suplantar.
"Por una curiosa pero comprensible contradicción, la oposición a estas medidas [de contención preventiva de la inflación demográfica] vendrá sobre todo de las naciones cuya estructura demo-económica las hace más belicosas. Pues la inflación demográfica constituye la expresión de una agresividad que se desentiende de las masacres. Es también la más intensa de la formas del imperialismo, pues no solo aspira a dominar, sino a suplantar. Dicho de otro modo, esa inflación demográfica conduce al genocidio". La casandra de los demógrafos antinatalistas describe la pesadilla de Europa en 1961. En realidad no hacía falta tener el don de profecía. Bastaba con entender las razones por las que De Gaulle, traicionando a sus soldados, pero no a la razón de estado, abandonará el fardo de la Argelia Francesa.
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