Esperamos en la antesala de la consulta Y y yo. El motivo es gozoso, pues esperamos nuestro tercer hijo. Una conocida de ella nos da conversación. En el periódico regional busco alivio, pero un manifiesto inmaculado contra la corrupción firmado, como diría Montiel, por botafumeiros, traspuntes, cómplices, mártires y tontos útiles me devuelve a la realidad del policlínico.
En unos pocos minutos, el pensamiento de esta chica se vuelve para nosotros traslúcido, como el tiempo que vivimos con tanta incertidumbre. Habla sin reserva. Es más joven que yo, pero sus palabras tienen tanto aplomo que parece que las han atravesado no uno, sino varios siglos. Sus padres, ya mayores, son la coartada perfecta: desde 1968, con el permiso de Juan Jacobo, siempre hay alguien a quien culpar por nuestras resoluciones abominables.
Su hijos van a un colegio religioso para que reine la paz familiar. Por la misma razón política los bautizaron y les harán comulgar en mayo. Pero no van a celebrar especialmente un "simple contrato" en el que sus hijos se "comprometen a ser personas". Parece una definición posmoderna de la Primera Comunión que nos hace pensar, a Y y a mí, feligreses de una parroquia castrense cuyo cura tampoco le gusta a nuestra amiga, que está sacada de las páginas de Ecclesia futura, del padre José Antonio Fortea.
Repudia la institución eclesiástica, con sus oropeles y su hipocresía. Con todo, le gusta Francisco y dice conservar la fe evangélica. Estas opiniones están desde hace más de doscientos años al alcance de cualquiera.
De pronto veo en el espejo que tenemos enfrente la imagen de Alfred Müller-Armack, que está leyendo su libro El siglo sin Dios sin dejar de hacer visajes. Se ve que nos estaba esperando. La chica está desnudando su alma. Nos explica que a sus hijos les explica que la abstinencia de los viernes cuaresmales es una obligación mohosa y anticuada, como de "hace cuarenta años". Miro a don Alfredo pensando en la reductio ad Francum y tengo la impresión de que ha captado mi pensamiento. Lo moderno e higiénico es la dieta triste y rigurosa a la que todos se someten en casa, como los moros al Corán.
En este punto toma la palabra el Sr. Müller-Armack y enuncia las leyes del declive de la fe. El alejamiento de lo religioso traslada el inexorable "acto religioso [...] a una esfera que no le resulta adecuada". Semejante traslación supone la separación de una religión determinada para, sin solución de continuidad, encuadrarse en otra. Se trata de la formación de ídolos, un remolino de contradicciones.
Su hijos van a un colegio religioso para que reine la paz familiar. Por la misma razón política los bautizaron y les harán comulgar en mayo. Pero no van a celebrar especialmente un "simple contrato" en el que sus hijos se "comprometen a ser personas". Parece una definición posmoderna de la Primera Comunión que nos hace pensar, a Y y a mí, feligreses de una parroquia castrense cuyo cura tampoco le gusta a nuestra amiga, que está sacada de las páginas de Ecclesia futura, del padre José Antonio Fortea.
Repudia la institución eclesiástica, con sus oropeles y su hipocresía. Con todo, le gusta Francisco y dice conservar la fe evangélica. Estas opiniones están desde hace más de doscientos años al alcance de cualquiera.
De pronto veo en el espejo que tenemos enfrente la imagen de Alfred Müller-Armack, que está leyendo su libro El siglo sin Dios sin dejar de hacer visajes. Se ve que nos estaba esperando. La chica está desnudando su alma. Nos explica que a sus hijos les explica que la abstinencia de los viernes cuaresmales es una obligación mohosa y anticuada, como de "hace cuarenta años". Miro a don Alfredo pensando en la reductio ad Francum y tengo la impresión de que ha captado mi pensamiento. Lo moderno e higiénico es la dieta triste y rigurosa a la que todos se someten en casa, como los moros al Corán.
En este punto toma la palabra el Sr. Müller-Armack y enuncia las leyes del declive de la fe. El alejamiento de lo religioso traslada el inexorable "acto religioso [...] a una esfera que no le resulta adecuada". Semejante traslación supone la separación de una religión determinada para, sin solución de continuidad, encuadrarse en otra. Se trata de la formación de ídolos, un remolino de contradicciones.
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