domingo, 20 de enero de 2013

Silete!

El catedrático complutense, hoy jubilado, José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano está para mí cosido a un recuerdo imborrable, pues fui testigo en los primeros días de octubre de 1985 de la maratón que corrió, hasta la extenuación, en la bodega del buque Guanahani en medio del Atlántico (viajábamos de la Gomera a Guanahani o San Salvador de los españoles).

Estos días he leído los dos tomos recientemente editados de la memorias robadas de su abuelo Niceto y la segunda redacción de sus memorias publicabas a finales de los años 70. En las memorias de la Guerra civil de su otro abuelo, el General Queipo de Llano, prologadas por el profesor atleta, quiero espigar lo que pueda contar el interesado de su participación en la preparación del Alzamiento nacional. La edición es de un piloto de líneas aéreas y lleva un prólogo del historiador Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, el nieto.

El prologuista escribe para combatir la leyenda negra de su abuelo, empeño que, por lo que leo, le parece incompatible con el buen nombre de los demás. Cae por eso en contradicciones deliciosas que yo no juzgo y que incluso disculpo, pues aún le veo fatigando una pista trasatlántica a la que dio cientos de vueltas (¿mil? ¿acaso dos mil vueltas?).

Contra la opinión, sin duda ligera, de los que acusan al general, al abuelo, no al otro, al caudillo, de vivir en "permanente borrachera" responde con precisión: "sólo en la cabeza de un imbécil, hay que hablar claro, cabe que el jefe de un importante ejército con un frente en continua tensión sea un beodo". Me disgusta, sin embargo, que mi olímpico profesor del Aula Navegante de Estudios Iberoamericanos, que sabe muy bien lo que dice, se deje llevar por lo mezquino y diga lo que en realidad debería callar en aplicación de su reiterada doctrina. Así, de quien también se vio sometido a una tensión similar, al menos hasta los años sanchopancescos de los que habla su primo Francisco Franco Salgado-Araujo (Mis conversaciones privadas con Franco), escribe, juntando los tópicos todos del cotarro, que se trataba de un general "de inteligencia bajo mínimos, subrayada por una inclultura enciclopédica, e incompetente estratega".

No dudo que otras opiniones de su jurisdicción historiográfica merezcan todo el crédito, pero lamento apuntar que estas no.

viernes, 18 de enero de 2013

Lo inagotable

La lectura es un oficio inagotable.
Me pone delante de esta evidencia MH al comentarme por electrograma la reseña de un libro en el que ambos contribuimos. Le llama la atención que el autor de la nota, CG, al glosar mi contribución me describa como "hombre misterioso". Lo que reza escrito en la reseña, publicada por la revista chilena Ius Publicum (nº 29, 2012) es lo siguiente: "[Molina] propone una intrigante relectura del pensamiento de Giuseppe Ferrari, autor de una célebre y hoy olvidada, incluso en Italia, Histoire de la Raison d'État".
Lo curioso del caso es que yo no habría reparado nunca en ese detalle del que en parte soy responsable como traductor.

jueves, 17 de enero de 2013

CS, el gran ingenioso


Decía Rodrigo Fernández-Carvajal en una larga y aleccionadora entrevista concedida a Manuel Aragón en unos papeles del Seminario murciano de Derecho Público que Carl Schmitt había sido, por encima de todas las cosas, un "gran ingenioso".

El suyo sí que era un ingenio de jurista fino. Lo atestigua la definición de la política que acuña para su libro fundamental, El lugar de la Ciencia política, de 1983: "la política viene definida por la extremosidad y singularidad atribuida a las situaciones, no por la región o ámbito de la realidad social donde emerjan. La política no tiene, en rigor, sustancia propia". También CS, de quien se apropia el inefable catedrátido de Derecho político en ese apunte, haciendo suyas unas observaciones de su discípulo Hans Morgenthau, había redefinido en 1929 el "concepto" de lo político por la "intensidad" o "intensificacion" política de una relación social cualquiera.

martes, 15 de enero de 2013

Enemigo lector

Tenía pensado escribir una amplia reseña crítica del libro que ha cuidado Sebiastán Martín, un joven y prometedor profesor de Historia del Derecho que se ocupa de temas afines a los que a mi me interesan: Derecho político hispánico, constitucionalismo segundorrepublicano, ideas políticas españolas.

Hace tiempo que supe de su tesis doctoral sobre Eduardo Luis Lloréns, efímero catedrático de Político en Murcia antes de la guerra. El premio por ofrecerle mi ayuda, siguiendo el consejo de Rodrigo Fernández-Carvajal, fue un retrato vitriólico de mi revista, Empresas políticas y de algunos de mis amigos. ¿Pero cómo dar importancia a eso si puede uno ya escribir, con sumo agradecimiento, al empezar un libro: "Enemigo lector"? "Si tienes un enemigo, cuídate de él", dicen algunos. Yo prefiero, en cambio, esto otro: "Si tienes un enemigo, cuídalo".

Esta madrugada, de 4 a 8, he leído con mucho interés y más cuidado el "Estudio preliminar" de CLXXXIX páginas, anchísimo pórtico a las memorias de cátedra de Lloréns, Ayala y Pérez Serrano. Es un trabajo muy serio en el que además, cosa rara en el tiempo que nos hace correr a todos, hay una o dos opiniones de interés y algún hallazgo de mérito. Particularmente el señalamiento del origen y término de fijación de un género académico singular, el de las Memorias de cátedras, y la retractación pública se Pérez Serrano de su republicanismo liberal en el prólogo de libro póstumo de su maestro Posada: La idea pura del Estado (1944).

Sin embargo, el amigo Martín, que tiene buenas cualidades para la investigación, probablemente superiores a la de uno de sus rácanos mentores, el de las facturas pendientes, piensa de puede y debe enmendarle la plana a todo quisque. Pero dentro de un orden: su vocación ofensión es inversamente proporcional al poder académico del sometido a la crítica. Parabienes para el Sr. Presidente del Consejo de Estado, diga lo que diga, y pescozón o puya, que en esto también hay gradaciones, según se trate de un Privatgelehrter, sin bula ni oficio universitario, o de un eurodiputado de Unión Progreso y Democracia.

Al profesor Martín le gustan los silogismos y le gusta escribirlos, como a mi, cifrados en las notas a pie de página. He podido sorprenderle uno, bastante tosco: en la conclusión de su nota 105 me degrada un artículo sobre Luis del Valle Pascual a "útil e informativa reseña biográfica". Le agradezco sinceramente este memento mori, pero no tanto como que achaque mi ponderación exagerada de los méritos científicos de Valle a mi "simpatía ideológica". Puedo beberme de un trago ese cáliz, pues yo no soy dueño de las lecturas de nadie, pero sinceramente, a mi que me gusta la poesía de línea clara, la "emoción sin sentimentalismo", para repetir el tópico, me incordia que me supongan tanta intimidad con Don Luis, Suly Vella, que como poeta era muy cursi ya para los años 20. Más adelante, en la nota 127, con gran neutralidad, observa que "para adscribir ideológicamente a Luis del Valle [vale] el hecho de que tradujo y prologó en 1936 El programa nacional-socialista alemán bajo el seudónimo de Dr. Heirelmann". Y aquí es donde me parece que Sebastián ergotiza demasiado.

Mucho peor trata a mi antiguo amigo GGK, autor de una "desafortunada monografía" (p. LXXVII), rectius: investigador a sus propias expensas que se ha anticipado a varios investigadores patentados y ricamente subvencionados; cierto que con do o tres libros a medio hacer, pero esto forma ya parte de otra glosa. A CRM le atiza también a modo y el lector no puede saber muy bien el porqué. A mi se me ocurre que en un artículo que Martín juzga "insuficiente" el mismo CRM le pisa la tesis al mismo Martín (p. CXLVIII). Sin salir de esa nota, por cierto, al autor le parece respetable la vindicación del Derecho político de Lucas Verdú, pero no la de una "corriente ultraconservadora" que desea recuperar el Derecho político "con el propósito realista de asignar a la ciencia constitucional el señalamiento de los límites de la política, que no se condieran ya dados por la propia Constitución vigente". ¡La gente escribe cada cosa de mis amigos!

Por lo demás, se podría aplicar a este denso estudio, muy recomendable para quienes se interesen por el Derecho político y constitucional en España, un poco de la medicina que a todos nos administra Martín. Se podría decir que del juicio sumario sobre Ruiz del Catillo, a quien le tiene casi tanta manía como a FSW, trasmina una ignorancia supina de lo que significan el bien común y la comunión de los Santos para un jurista católico (p. XCV). O que la preocupación metodológica del autor, que sin embargo a mi me parece palabrería de profesor y que no aclara nada, he aquí un ejemplo, no se compadece de expresiones tan poco científicas como la que en su pluma epitoma el pensamiento jurídico político de la Restauración: "viscosa mentalidad jurídica del siglo XIX" (p. CLX). Escribirle eso o bien una reseña minimalista del estilo: "Al estudio preliminar del doctor Martín le sobran 180 páginas" sería, desde mi punto de vista, profundamente injusto. De entrada conmigo mismo, pues no me olvido de este epigrama: Lector, de quién no serás tú discípulo. Pienso que mi obligación sería apuntarle a Sebastián Martín, en una nota a pie de página, algo así: "¿Para qué tanto tósigo en los archivos nacionales? Tu tiempo y tu esfuerzo probado se merecen un proyecto a 20 o 30 años vista, sin concesiones a la tontería del ambiente, ni siquiera a la ideología de tu maestro. O acaso piensas que entonces no te vas a sonrojar por haber escrito a tontilocas eso de que Posada volvió, ay, a las "polvorientas premisas sociológicas de Santo Tomás y Suárez" (p. C).

lunes, 14 de enero de 2013

Melindres de jurista

Leo "Facetas de dos procesos constituyente" (Revista de Estudios Políticos, 31-32, 1983), de Antonio Hernández Gil. 
Sin esfuerzo se encuentran todos los tópicos de la ideología constitucional española, pero me quedo con este: "como ciudadano y como jurista he padecido siempre el complejo de inferioridad de carecer de constitución" (p. 11). Qué lástima que no le denunciara antes de la muerte del Viejo para ir ganando tiempo.
Sobre la falta de legitimidad del muy "legal" proceso de la transición basta con señalar sus piruetas para convocar las primeras cortes democráticas (las que antojadizamente se volvieron constituyentes) ¡recurriendo a las reglas de interpretación del Código civil! Si esto no es cogérsela con papel de fumar yo no sé lo que son los melindres. 
Para que no haya dudas de su posición escribe también, sin necesidad (esto es el agravante): "Dolores Ibárruri, la gran luchadora", p. 22. Pensar lo que esta "gran luchadora", cuarenta años antes, habría hecho de los grandes oportunistas como Don Antonio me da escalofríos.

domingo, 13 de enero de 2013

Alcalá Zamora y Cataluña

A Niceto Alcalá-Zamora se le ha criticado mucho. 
Él no tenía el artículo 48 de la constitución de Weimar para defender la consitución (ni a Carl Schmitt) y a su "guarda" de la ley fundamental lo llaman entremetimiento los historiadores. No obstante, González Posada, que le visitaba de vez en cuando, llegó a aconsejarle que después de las elecciones que amañó el Frente Popular (aprovechando la desbandada general de los Gobernadores civiles) debía hacer uso de la prerrogativa del artículo 75 de la constitución y nombrar a un gobierno en minoría capaz de garantizar el orden con el apoyo del ejército (que lo tenía).
NAZ apreció con justeza el problema catalán: en su origen, en sus consecuencias y en sus circunstancias agravadas.
En cuanto al origen del problema, que sigue hoy los mismos derroteros que entonces, "contra lo que se suele creer en el resto de la Nación, si el catalán, individualmente, es práctico, trabajador, ordenado, el pueblo catalán, como colectividad, es pasional, soñador, impulsivo, propenso a dejarse arrastrar, contra su propia conveniencia y manifiesto interés, por cualquier bandera de idealidad o ráfaga de sentimiento".
El Estatuto, que llegó como una cosa inevitable, fatal, convirtió a Cataluña "en un virreinato, haciendo que la región menos libre de España fuese la que estaba declarada más autónoma".
Así, por necesidad, se llegó a la Ley del 2 de enero de 1935, que suspendió la vigencia del Estatuto. Sobre este punto tampoco cabe dudar de la clarividencia, tan escarmentada, de NAZ: "error muy grande lo hubo entonces al retroceder tanto, después de haberse ido bastante lejos".
Estas profecías de NAZ están recogida en Los defectos de la constitución de 1931.