El catedrático complutense, hoy jubilado, José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano está para mí cosido a un recuerdo imborrable, pues fui testigo en los primeros días de octubre de 1985 de la maratón que corrió, hasta la extenuación, en la bodega del buque Guanahani en medio del Atlántico (viajábamos de la Gomera a Guanahani o San Salvador de los españoles).
Estos días he leído los dos tomos recientemente editados de la memorias robadas de su abuelo Niceto y la segunda redacción de sus memorias publicabas a finales de los años 70. En las memorias de la Guerra civil de su otro abuelo, el General Queipo de Llano, prologadas por el profesor atleta, quiero espigar lo que pueda contar el interesado de su participación en la preparación del Alzamiento nacional. La edición es de un piloto de líneas aéreas y lleva un prólogo del historiador Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, el nieto.
El prologuista escribe para combatir la leyenda negra de su abuelo, empeño que, por lo que leo, le parece incompatible con el buen nombre de los demás. Cae por eso en contradicciones deliciosas que yo no juzgo y que incluso disculpo, pues aún le veo fatigando una pista trasatlántica a la que dio cientos de vueltas (¿mil? ¿acaso dos mil vueltas?).
Estos días he leído los dos tomos recientemente editados de la memorias robadas de su abuelo Niceto y la segunda redacción de sus memorias publicabas a finales de los años 70. En las memorias de la Guerra civil de su otro abuelo, el General Queipo de Llano, prologadas por el profesor atleta, quiero espigar lo que pueda contar el interesado de su participación en la preparación del Alzamiento nacional. La edición es de un piloto de líneas aéreas y lleva un prólogo del historiador Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, el nieto.
El prologuista escribe para combatir la leyenda negra de su abuelo, empeño que, por lo que leo, le parece incompatible con el buen nombre de los demás. Cae por eso en contradicciones deliciosas que yo no juzgo y que incluso disculpo, pues aún le veo fatigando una pista trasatlántica a la que dio cientos de vueltas (¿mil? ¿acaso dos mil vueltas?).
Contra la opinión, sin duda ligera, de los que acusan al general, al abuelo, no al otro, al caudillo, de vivir en "permanente borrachera" responde con precisión: "sólo en la cabeza de un imbécil, hay que hablar claro, cabe que el jefe de un importante ejército con un frente en continua tensión sea un beodo". Me disgusta, sin embargo, que mi olímpico profesor del Aula Navegante de Estudios Iberoamericanos, que sabe muy bien lo que dice, se deje llevar por lo mezquino y diga lo que en realidad debería callar en aplicación de su reiterada doctrina. Así, de quien también se vio sometido a una tensión similar, al menos hasta los años sanchopancescos de los que habla su primo Francisco Franco Salgado-Araujo (Mis conversaciones privadas con Franco), escribe, juntando los tópicos todos del cotarro, que se trataba de un general "de inteligencia bajo mínimos, subrayada por una inclultura enciclopédica, e incompetente estratega".
No dudo que otras opiniones de su jurisdicción historiográfica merezcan todo el crédito, pero lamento apuntar que estas no.