A primeros de septiembre próximo, del 5 al 8, acudiré a Estrasburgo. El Instituto de Estudios Políticos de la Universidad celebrará un Coloquio internacional sobre "La libertad en la época de Jacques Maritain", centrada en su obra, compromisos y vicisitudes de los años 30. Por eso, desde mediados de julio me he dado a la lectura de un autor que no conocía. Bien mirado, me resultaba incluso antipático, tal vez por la polvareda que en España y Argentina levantó su actitud, tan republicaine, tan autosuficiente ante la Guerra de España.
Pero en la obra del Maritain de los años 20 he encontrado a un filósofo católico sumamente interesante. No sólo por el viaje, que a sus expensas, he hecho por Bloy, Péguy y el Renouveau Catholique de Francia. Que por ciero explica muy bien el propio Maritain, con nombres, libros y revistas en un artículo de Foreign Affairs de enero del 42: "Religion and Politics in France". Está escrito, ad usum delphini, para el gaullismo y La France Libre, pero eso es otro asunto.
He leído Humanisme intégral de 1936, que procede inmediatamente del curso profesado por Maritain en la Universidad Internacionald de Santander en agosto del 34; al mismo tiempo, Principes d'une politique humanista, de 1945. Después Du Régime temporel et de la liberté (1933) y Religion et culture (1930). Por último el extraordinario Primauté du spirituel (1927), que marcó su ruptura oficial con el maurrasismo y L'Action Française. No he conseguido de momento Antimoderne, ni en la primera edición del 22, ni en la revisada y ampliada del 27. Como contrapunto creía obligado también leer Le paysan de la Garonne (1965).
Humanisme intégral es la divisoria del tercer Maritain: la afirmación de los principios y, al mismo tiempo, la preparación de los cambios sobrevenidos a lo largo de esa década y, sobre todo, generalizados en Occidente al acusar el autor francés, en los 40, el impacto de la política y la vida civil e intelectual de los Estados Unidos. Con todo, un libro como Principes d'une politique humaniste, referente práctico de la democracia cristiana de la postguerra (como Humanisme intégral será teórico), no es cualquier cosa: por su crítica al maquiavelismo, en el famoso último capítulo, pero también por su alegato en favor de una "democracia orgánica", la crítica a la partidocracia, la defensa del poder ejecutivo (instruido, según creo, por las teorías constitucionales del Interbellum de Mirkine-Guétzevitch). La cosa es que, de principio, el régimen maritainiano no parecía muy distinto del franquismo posterior al Fuero de los Españoles (1945).
El esfuerzo de Maritain por distinguir los medios políticos legítimos de la política de un régimen asimismo legítimo es más que meritorio, pero creo que ni siquiera los maritainianos le han dedicado atención, más allá de un puñado de vulgaridades. Por eso hace bien Umberto Ludovico, autor de una espléndida tesis sobre la teología política de Maritain y su debate con la politische Theologie alemana, al aconsejar que se separe al autor de sus pedisecuos (U. Ludovico, Jacques Maritain e la teologia politica del Novecento. Universidad de Venecia 2009).
Maritain fue un escritor contradictorio, a lo que tenía derecho. Del socialismo dreyfusard y del anticlericalismo de la III República, mediando su conversión (Léon Bloy fue su padrino de bautizo), paso a Maurras; de ahí a la defensa, como pocos escritores católicos supieron hacerlo, de la teología política de Pío XI, formulada oficialmente en su primera encíclica, Ubi Arcano Dei, de 1922. Quas Primas, de 1925, no era otra cosa que la institución de la fiesta litúrgica de Cristo Rey, congruente con las posiciones de 1922 ("la paz de Cristo por el Reino de Cristo"). Después de todo eso patrocinó, o eso parece, experimentos políticos muy alejados de la doctrina pontificia del preconcilio.
Mauriac, defendiendo a Maritain de los ataques de la derecha por su ligereza al negar legitimidad al Alzamiento nacional del 18 de julio, se refería a ál como "ce bien aimé Jacques". Aron, que sentía gran simpatía por "cet homme de bien", seguro que lamentando en su fuero interno la dureza con que Maritain trató a Saint-Exupéry, anhelante de la unión de los franceses, le consideraba una de las "consciences des français d'Amerique" (la otra era, naturalmente, Saint-Ex). Pero está también, para ser recordado, el trato que Maritain dispensó a uno de los vencidos de Europa, a Schmitt, viejo amigo católico. Las razones de su frialdad hay que buscarlas en su mujer, de origen judío, Raïsa Maritain, y en la opinión de Waldemar Gurian. Es fácil deducirlo, pero lo relata y documenta U. Ludovici, quien tambien explica, por las mismas causas (cherchez la femme), el desentendimiento de otro viejo amigo, Pierre Linn. Es comprensible y humano, como también lo son las opiniones que en su Glosario le dedica al Paysan de la Garonne el Viejo de Plettenberg: traidor a Bloy, de cuya herencia sólo ha conservado el odio a Alemania.
La respuesta de Maritain a Saint-Ex, "Il faut parfois juger" (1943) [A. de Saint-Exupéry, Écrits de guerre 1939-1944, pp. 221-229], es una invitación, por amor a la verdad, a hacer lo mismo.
Entre el viejo laico que exultaba porque "la Iglesia católica romana que el 8 de diciembre de 1965 clausuró el II Concilio del Vaticano", en palabras del Discurso de Paulo VI a la Nobleza romana (14 de enero de 1964), "ni quiere ni debe en lo sucesivo ejercer otro poder que el de sus llaves espirituales", y el teólogo político que en 1927 defendía el poder temporal de la Iglesia ratione peccati y afirmaba que "Canossa siempre será un consuelo para los corazones libres", no hay término medio posible. De modo que también aquí il faut juger.