Acudo al dentista muy temprano. Cuando llego está cerrado todavía. La consulta está en una calle muy transitada cuyo nombre no lo ha alcanzado aún la Ley de la Memoria Histórica y Cateta. En la calle de José Antonio imposible aparcar. Por eso lo hago detrás, callejeando, en un sitio inhóspito llamado calle de Levante, delante de una casucha que se diría abandonada. Del número no me acuerdo. Lo que sí recuerdo, aunque son las nueve y veinte de la mañana, es el mal fario del protagonista de After Hours, de Martin Scorsese. Encima, he confundido la fecha. Me espera el 25, no hoy.
Del inmueble, como relataría una pericia judicial, entran y salen unos ninis, muy jóvenes, como su propio nombre indica. La puerta del inmueble no tiene cerradura. Tocan la puerta y entran. Se abre la puerta y salen ahora con una bicicleta que es a las bicicletas de verdad como un Frankenstein a una virgencica románica. Uno de ellos se escama al verme allí, sentado en mi coche, leyendo y tomando notas.
El quídam da unos pasos, como alejándose, pero retuerce el cuello y mira la matrícula de mi KIA. A mí nunca se me ocurriría ese gesto inquisitivo. ¿Qué le puede decir la matrícula de un coche a un anónimo transeúnte? Habla solo. Lo deduzco porque tiene al lado a una chica de entre veinte y cincuenta años -imposible precisar más-, que mira para otro sitio, abstraída, fumando, como una mujer de Solana.
Tengo con él unas palabras -mi ventanilla está abierta, craso error-. Pongo mi mejor sonrisa. Por cálculo utilitario no conviene mentir a curas ni a cirujanos. Añado yo que tampoco a un ejemplar humano como este rastacueros: así lo dicta el gen egoísta. Le explico que leo tranquilamente -no oso decirle que en realidad estoy releyendo, por si se lo tomara mal- el segundo corolario de El concepto de lo político: Sobre la relación entre los conceptos de guerra y enemigo (1938) y se queda tan conforme. Mira como un cazador.
Mi traducción de Der Begriff des Politischen, la de Alianza del 91, es espantosa, una españolada, una ofensa a la buena educación. Si no se ha confesado, el editor-traductor, un constitucionalista, está en pecado mortal. Reeditada después varias veces, no creo que los de la editorial le hayan bajado siquiera una de las mayúsculas espolvoreadas por el texto. No menos de trescientas erratas en un librito de páginas ciento cincuenta y tres es mucho desprecio de la ortografía y de la acribia. Muy parecida en su incuria a esta es la edición de las Respuestas en Núremberg, de Escolar y Mayo, que tiene un epílogo en el que no se escriben bien, ni una sola vez, el nombre del pueblo de Carl Schmitt, Plettenberg, y el del fullero interrogador de Schmitt, Kempner. Plettenberg es Plattenberg y Kempner es Klempner. Esa ele en medio parece puesta adrede. El San Casciano del Sarre es "San Cacciano", pero esto ya no importa.
El inri de esa errada edición está en la estupefaciente nota de la página 134. En un descuido -otro más que sumar a los trescientos citados-, el traductor advierte que Carl Schmitt se ha equivocado al transliterar al alemán una expresión del sánscrito: "a-mithra". "Error de transcripción. La grafía correcta es a-mitra". Es su point d'honneur en la debacle.
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