Las manzanas dorsianas que yo robo son de segunda mano. Las recojo por el camino y las voy guardando entre las virutas y el serrín de alguna nota a pie de página.
Ahora mismo estoy adobando una que le distraigo a Jean Giono. Su deliciosa visita al solitario de San Casciano, "El señor Maquiavelo o el corazón humano desvelado", fallida introducción a las obras completas en La Pléiade, explica mejor al florentino que varias bibliotecas de tediosa literatura secundaria escrita por profesores.
Don Nicolás "tira de la manta": [Machiavel] vend la mèche de l'humanité tout entière. El príncipe lo mismo podría llamarse El tendero, pues se ocupa del amor y del odio, de las perfidias y los abusos de la humanidad entera, una legión de príncipes que puebla la tierra, unos ejercientes y otros en potencia.
Después, y este fogonazo lo cambiaría yo por mi En la cabellera del cometa, se encara con Hobbes.
Maquiavelo, dice Giono, pertenece a la "civilización del aceite"; tal vez por eso los olivos nos saludan en su obra. En la Historia de Florencia (libro sexto, capítulo trigésimo cuarto) se detiene para describir los efectos del huracán que arrasa los pagos de Piombino el 24 de abril de 1456, admirado como un niño por la fuerza de la naturaleza, que aviva en el corazón del hombre el recuerdo de la potencia de Dios.
Maquiavelo, como Cervantes en el Quijote, escribe admirablemente sobre las noches. Aquí y allá se escucha el bullicio de las calles y se contempla desde la logia el tráfago de los comerciantes. Nadie como él conoce el influjo de las estaciones sobre la política. Hay en su obra "el rumor marino del viento en el follaje de la estrecha franja de tierra que separa el Tirreno del Adriático". Advertido en su lectura, Giono tiene autoridad para prevenirnos contra Hobbes: ¿cómo puede un hombre escribir sobre el alma humana sin mentar una sola vez la lluvia?
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