En el enclave navarro de Petilla de Aragón nació Santiago Ramón y Cajal. Los desvelos de la Diputación foral de Navarra en los años 50 salvaron la casa natal del histólogo (y el resto del pueblo, casi en ruinas) de un abandono seguro.
Muy transformada, merece sin embargo la fatiga de los 20 kilómetros que serpentean y trepan desde Sos del Rey católico. Atiende un chico muy joven que abre y cierra la casa los fines de semana. Él y sus padres, de Zaragoza, son la mitad del censo vivo del pueblo en invierno.
El médico pasa consulta los lunes de 11:30 a 13 horas. El pan llega desde una tahona de Sos los martes y los sábados. El alcalde saliente, al parecer, contado todo esto con discreción por un vecino, no se va, de modo que el entrante no puede tomar posesión.
Ramón y Cajal sólo volvió una vez a su pueblo natal y no pudo reconocerse ya en él, tan aislado y desvencijado.
El alcalde le invitó en alguna ocasión a dictar conferencias (lo que no se atreva a pedir un alcalde de pueblo) y el sabio le contestó declinando la invitación y enviando unos duros pra becar a los chicos más capaces de Petilla. Tal vez don Santiago se interrogó en esa ocasión con la misma pregunta evangélica sobre Galilea: ¿cómo pudo salir algo bueno de allí?
El alcalde le invitó en alguna ocasión a dictar conferencias (lo que no se atreva a pedir un alcalde de pueblo) y el sabio le contestó declinando la invitación y enviando unos duros pra becar a los chicos más capaces de Petilla. Tal vez don Santiago se interrogó en esa ocasión con la misma pregunta evangélica sobre Galilea: ¿cómo pudo salir algo bueno de allí?
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