Toda lectura es providencialista, incluso cuando al cerrar el libro vemos que esas páginas se nos quedan como cabos sin anudar en una trama cuya coherencia última apenas vislumbramos y de la que, quién sabe, tal vez tendremos que responder.
Esa es la impresión que me dejan las excursiones de los últimos días: El monasterio de la Oliva, la obra colectiva que en 2007 conmemoró el LXXX aniversario del restablecimiento de la Orden del Císter (O. C. S. O.) -cistercienses de estricta observancia-, en ese enclave religioso de la ribera del río Aragón; La cocina cristiana de occidente, de Cunqueiro -con muchas erratas que afean el texto casi tanto como los dibujos metidos a capón al final de la mayoría de artículos: hay con "recurso de contrafuego" donde debería rezar "de contrafuero" que resulta sumamente ofensivo-; El cantar de Roldán, que empezamos ya a leer en el túmulo al Roldán de la leyenda desde el que se domina el paso de Roncesvalles; César Borgia y Viana (1507-2007), de Félix Cariñanos, erudito local vianés, que se detiene en todos los detalles de la muerte y la sucesivas exhumaciones y inhumaciones del arrogante caudillo en esa tierra navarra.
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