La traducción es un arte depurado y sublime y seres anónimos y desinteresados los traductores, mártires del espíritu. Rezo por ellos: "Para Dios nunca seréis héroes ignotos".
Tengo ahora delante la estupenda versión italiana de Roma madre, de Ernesto Giménez Caballero, traducida por Carlo Boselli con el título Roma risorta nel mondo (Ultico Hoepli, Milán 1938). Me la acaban de traer a mi fiesta particular del memorable día 25 de enero de 2017, el de la conversión de San Pablo, traductor también de la Palabra. Ayer llegaron conmigo, de la librería de Nicolás Poyato el hijo, En torno al casticismo de Italia, de Malaparte, en traducción de fantasía de Gecé, y un folleto, España y Franco, en el que Giménez Caballero sermonea a España ante los oídos y los ojos sufrientes de los combatientes nacionales ("Franco es la sonrisa", ahí lo pone, en la página 22).
Bienvaventurado Boselli por traducir a don Ernesto. Boselli es un venerable, un beato italiano. Santo subito! Apenas se queja: "Este libro ha sido amorosamente traducido, intentando superar dignamente las dificultades del texto, ni pocas ni leves". Poner en italiano esa prosa de "estilo volcánico y revolucionario", "entre siglo XVI y siglo XX", "entre Góngora y Marinetti" le costó la salud a Boselli, el honor del hispanismo italiano por los siglos de los siglos.
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