Leo, con cinco años de retraso, una entrevista del panfleto chileno The Clinic al doctor RC. Este profesor afincado en Canadá, autor de un libro sobre un compatriota suyo, gran pensador político, bromea, como diría Jaime Campmany, sobre cierta propensión a lo manflorita. "Si zutano fue gay, lo encontraríamos en un closet más grande que un estadio". Un aplauso para este valiente y un glosazo también, que le atizo con el dolorido apunte de Carl Schmitt sobre el modo de vida más bajo: el que usufructúa los defectos ajenos.
Es fácil concluir, lo mismo en Santiago del Nuevo Extremo que en los Madriles, que hay usos lícitos e ilícitos de los términos "maricón", "gay", "bujarrón" u otros parecidos. El Vocabulario de las hablas murcianas, que de vez en cuando le leo a mis hijas, la última vez anoche, para explicarles qué es la murria y la cansera, recoge unas cuantas variantes sumamente apropiadas como frontispicio de todos los Gay Pride Days del mundo mundial: desde el cartagenerismo inculiebre, de inquietante etimología, al sape y boquitierno de otras zonas de la región y de la Murcia irredenta.
Aplicado al propenso legítimo (Campmany dixit), manflorita sería, según la legislación penal española, un "delito de odio" por toda la escuadra. Mas no sería escarnio administrado a traición desde los fríos de las regiones subárticas o desde la izquierda a un muerto, a un varón católico y soltero, Kronjurist de una dictadura autoritaria asesinado por los comunistas. Porque entonces el quídam se lo merece, aunque se trate, como en este caso, de una injuria vil.